Elogio del silencio
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
Hoy vivimos asaeteados por la palabra. Nos faltan espacios y tiempos para descubrir y vivir el silencio. Y, sin embargo, en el silencio podemos encontrarnos con nosotros mismos, detenernos a admirar la maravilla de la creación, repensar nuestras relaciones con los otros, y descubrir el paso de Dios por nuestra vida.
El silencio ante los demás puede significar desprecio o castigo. Pero ante las personas que amamos puede significar gratitud y admiración. Si la palabra y el silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se deteriora. O por aturdimiento o por frialdad. Si se integran recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.
Así ha escrito Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones sociales. De él extractamos un decálogo sobre el valor del silencio:
• El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras con densidad de contenido.
• En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos.
• En el silencio se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que manifiestan la persona.
• En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión particularmente intensa.
• Del silencio brota una comunicación más exigente, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que desvela la medida y la naturaleza de las relaciones.
• El silencio es precioso para favorecer el discernimiento entre los numerosos estímulos y respuestas que recibimos y para reconocer e identificar las preguntas verdaderamente importantes.
• En todas las religiones, la soledad y el silencio ayudan a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas.
• En la Biblia, Dios habla también sin palabras. En la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios… En esos momentos de oscuridad, Dios habla en el misterio de su silencio.
• Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.
• Silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo.
Por tanto, dice el Papa, «es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de «ecosistema» que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos».