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Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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España nunca supo cómo armarse para recuperar Gibraltar y su Preñón , chuleado por Inglaterra en ese tratado de Utrech que cumplirá tres siglos en 2013, pues trescientos años justos lleva Inglaterra poniendo su bota sobre esta piel de toro justo en el pico del meano , con lo que duele eso. ¿Será este centenario buena ocasión para soplar las brasas y maldecir a Felipe V?... porque ese fue el rey que cedió, el primer Borbón en la Corona de España y el tipo que más tiempo ha reinado en este país, cuarenta y cinco años, como Franco, que también reinaba y, como los reyes, se decía Caudillo «por la gracia de Dios», lo que no fue poca desgracia... como lo es que la Academia de Historia siga negándose a considerarle dictador en su diccionario... y en ello se ha enrocado.

La tensión diplomática con Inglaterra y los últimos incidentes en Gibraltar resucitan un doloroso y pendiente asunto llenito de humillación y de llanitos, que son como andaluces que hablan inglés, se cagan en España, blanquean tela en su circo bancario y piden que la Royal Navy se arremangue en su costa para fulminar la chalupa del algecireño que se acerque a pescar boquerones frente a la colonia.

El patriotismo de juguete tiene aquí donde abrevar furias. Gibraltar es reclamación recurrente en tiempos tribuletes. El ministro de Exteriores aprovecha y los súbditos ingleses pagan el pulso echando horas en colas inexplicables ante la verja española. Es puro puteo. Ese recurso de la verja ya lo explotó Franco, pero la cosa nunca pasó del incordio pejiguero y jamás brindó más logro que carraspeos en el Foreign Office y burlas en la prensa inglesa.

Más atinado parece estar el pueblo granadino de Íllora reclamando ante tribunales la devolución del latifundio que las Cortes de Cádiz regalaron al duque de Wellington por campear en nuestra guerra de Independencia. Es aún más grande que Gibraltar, todo un peñón interior, una pequeña Inglaterra en el corazón andaluz, un fincorro humillante al que acude de vez en cuando el príncipe Charles para arrearle unos tiros a las perdices (y unos cuetes a la Camila). Además, los duques pasaron siempre del pueblo y ¡ni siquiera pagaron un año la orquestina de las fiestas!

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