Diario de León
Publicado por
ANTONIO NÚÑEZ
León

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Lo siento por los últimos mineros que, como los osos y los urogallos que poblaban sus cuencas, son ahora una especie a extinguir. El PSOE y el PP, da igual por qué orden, los utilizan estos días como arma arrojadiza, aunque la cosa viene de antiguo, en una dialéctica que huele a naftalina. La de los sindicatos también: encierros en las galerías —¿Bueno y qué, contra quién?— seguidas de manifestaciones, cortes de carretera, marchas negras más o menos fúnebres hacia ninguna parte y al final, ya se sabe, todos prejubilados en casa, a chapar la mina y la generación que venga detrás que arree. A lo mejor esto les suena algo a los de Sabero y Cistierna.

Se echa de menos en el actual guirigay político sobre el carbón, que se resume en un «y tú más», alguna voz sensata que explique el problema sin gritos. Alguien que, por ejemplo, diga pausadamente lo que a continuación sigue. La hulla y la antracita fueron fuentes de energía claves en la primera revolución industrial y por eso alemanes y franceses se zurraron de lo lindo en dos guerras mundiales por la cuenca del Ruhr mientras los ingleses ponían a buen recaudo en barcos de vapor las suyas de Gales. Luego vino el petróleo con conflictos que aún furrulan desde Kuwait a Afganistán pasando por Irak, Irán y la tira de guerrillas del Caúcaso, empezando por la carga de la Brigada Ligera en la batalla de Balaclava. Y también apunta maneras la energía atómica, con o sin guerra fría y con paraguas de misiles en Rota o sin él. En resumen, las minas son fósiles antediluvianos difíciles de resucitar.

Según los que de ello entienden una posibilidad sería mantener abiertas las últimas sin explotarlas, como reserva energética por si las cosas vinieran peor dadas que ahora, lo cual ya sería la leche. Seguirían sobrando mineros, aunque algo es algo. Lo que es el colmo de la incoherencia es que PSOE y PP defiendan la minería aquí y estén en Bruselas contra las emisiones de CO2 de las térmicas o más hasta el punto de prohibir las calefacciones domésticas de carbón. Los hay que tienen el corazón partido en un triple salto mortal desde Rodiezmo a los molinillos y las placas solares sin pisar la energía nuclear de Garoña ni, por supuesto, el petróleo de Valdeajos, también en Burgos, como Zapatero estuvo a punto de resucitar el motor de agua y el coche eléctrico.

Van a dar mucho que hablar las protestas de la gente del pico, el barreno y el poste maderero entibador, peso sólo palabrería. Ya no hay picadores, sino rozadoras panzer, los rústicos y terribles barrenos han sido sustituidos por aire comprimido, que es como mi escopeta de balines a lo burro, y las galerías se entiban con hierros de quita y pon. Huele a grisú que atufa, así que no faltará un político o sindicalista para encender la mecha del derrabe final.

Servidor es de La Bañeza, tierra de labranza, no de bocaminas, y los únicos pozos que conoció fueron los de las norias. Pero también en mi tierra los agricultores fueron una especie amenazada por un progreso que nadie veía venir. Empezaron cambiando las mulas con orejeras por motores Piva y para cuando se dieron cuenta mis paisanos el número de labradores en la provincia había bajado de sesenta mil a menos de la décima parte. Esto lo he vivido yo, que sigo siendo de pueblo y no de piso, a mucha honra. Igual de honrado me sentiría de haber sido hijo o nieto de mineros. Hay profesiones históricas que cuando no les da el reuma cogen la silicosis y de eso ni dios nos salva, según me confesó en el confesionario un primer viernes de mes el señor cura, arrepentido de no ser un exseminarista rebotado como yo. Vaya penitencia que lleva.

Volviendo a las cuatro patas, uno de los reportajillos que servidor recuerda con mayor nostalgia fue sobre las mulas mineras —las mejores eran las de Mansilla—que arrastraban vagonetas tres meses seguidos y sólo las sacaban un día al sol. Los ingleses, que son muy suyos criaron para eso a los ponys, se vé que porque las galerías eran más estrechas que las del Bierzo y Laciana.

Hombre, ver lo que se dice ver, las unas y los otros terminaron ciegos y los mineros tenían que colgar el bocadillo y la bota de vino lejos de la nariz del animalico, so riesgo de quedarse sin ellos. Serían de la Once. El Gobierno tiene que elegir en la crisis minera entre poner a buen recaudo el bocata de las subvenciones, que casi triplican el precio real del carbón, o recibir una coz a poco que se encieguen los sindicatos.

No sé qué será peor, pero así desaparecieron con Margaret Tatcher los ponys y las Trade Unions. Aquí le echarán la culpa a Santa Bárbara bendita.

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