Diario de León
Publicado por
pedro TRAPIELLO
León

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Cuando el César se conviritó al cristianismo y lo decretó religión oficial del imperio romano, las cosas de Dios y las cosas del César ya no irían tan separadas y en las modenas cabría «la gracia de Dios» haciendo rey a cualquiera y ya no cabrían las dudas que despejó un nazareno al preguntarle unos judíos si debían pagarse impuestos a Roma y le enseñaron un denario con efigie... ¿y de quién es esa efigie?... del César, le dijeron...

Tiempo adelante, como si hubieran puesto a Dios al frente de una fábrica de moneda y timbre, el Vaticano emitiría su propia moneda y donde estaba el César se puso al Papa... hoy, en las monedas de euro del estado Vaticano está la efigie papal y, de esta forma, lo que para la fe sólo es despreciable «vil metal» que corrompe el alma, también puede pasar por una medalla bendita... y así, absuelto el pecadillo.

Las finanzas vaticanas y el control del poder dentro de este pequeño y poderoso estado parecen estar detrás de los últimos sucesos: mayordomos chivatos, cómplices de altura, cuadrillas purpuradas conjurando... una novela de muchos hilos e intrigas... y al fondo, el cardenal Bertone, grandón como un armario lleno de secretos, con cara de candado y algo mandibulón... de él se dice que no cejará en su plan de que el próximo Papa sea italiano a todo trance, no sea que esta vez, tras experimentos con polacos y alemanes, venga de América un papa indio... ¡o peor!, un candidato mitrado de Nairobi negro como Obama...

... uy, a Benedicto XVI lo están matando... a disgustos y poco a poco.

En fin, esa empresa y ese engranaje vaticano lo entienden mejor que nadie los italianos; lo llevan trabajando veinte siglos y lo persigue Bertone para que queden en casa las borrascas bancarias en el solio pontificio, las corrupciones financieras, trapicheos romanos y barreduras bajo alfombra... los italianos de la curia mandan en esta insidias y conjuras... y andan aquellos cardenales y prelados tan ocupados en los asuntos terrenales y en mirar por dónde pisan, que no levantan la vista al cielo y no alcanzan a ver nunca a los ángeles del baldaquino de la basílica vaticana que, avergonzados, están llorando lagrimones... de pan de oro.

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