Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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e entero por una magnífica semblanza que le ha hecho Jose Luis Gavilanes que hubo un leonés de talla y obra grande que ha sido enterrado aquí bajo una inmensa losa de silencio, de olvido o de ignorancia (imperdonables los tres). Se trata de Enrique Salgado, oftalmólogo de gran prestigio y escritor fecundo.

 

Lógicamente, no figura para nada en la ya prolífica nómina «oficial» de escritores leoneses (en fin, a Ramón Carnicer también se le orilló lo suyo, quizá por residir en la lejanía barcelonesa, como Salgado, pero esto no consolaría a ninguno de los dos).

 

Cuenta Gavilanes que nació en una renombrada familia médica, descolló como investigador oftalmólogo y su obra científica se rastrea en más de cien libros, entre los que destaca su tesis doctoral (diagnóstico de dolencias vasculares o cardíacas en la microcirculación de la conjuntiva del ojo), tesis dictada en Jerusalén y publicada en París, pues tuvo este médico leonés notable eco en el extranjero (había ampliado estudios en Inglaterra, Francia, Finlandia, Suecia, Alemania y fue intensa su posterior actividad congresual y docente al ser miembro de varias sociedades científicas europeas), pero al igual que otros médicos como Marañón, Chejov o Miguel Torga, es más que relevante su obra literaria. Muchos recuerdan su colección de «radiografías»: Radiografía del odio. .. o de Franco, del Che, de Cristo, del Miedo... y títulos como El tercer sexo: Paulina Bonaparte , Erotismo y sociedad de consumo , Goethe o la pasión equilibrada , Erótica del poder , El pintor tabú: el Greco ... Ciertamente, abruma su obra literaria en la que tampoco falta la poesía (inquieta el título de su último poemario, Nosotros, los muertos ).

 

Quizá por todo ello resulta inconcebible que Enrique Salgado sea un personaje tan neciamente desconocido entre los suyos o que no haya sido objeto, aun tardío, de la barroca oferta de reconocimientos y chapas que nos gastamos por aquí (la tienda de placas y trofeos siempre fue negocio). A Salgado, dice Sócrates, le pasó esto por no vivir aquí, por no florear en estas corralas y por ignorar nuestra esencia quinta: « León, Sociedad de Homenajes Mutuos... si me ojomeneas, te ojomeneo ».

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