Diario de León
Publicado por
ROSA VILLACASTÍN
León

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Desde que el 13 de noviembre del 2007 se anunciase oficialmente el cese temporal de la convivencia de Elena de Borbón y Jaime de Marichalar la vida de la primogénita de los Reyes ha dado un giro de 180 grados: madre de dos adolescentes, la Infanta es hoy una mujer madura, muy querida por quienes ven en ella la representación más genuina del nacionalismo español, que ha permanecido ajena a los tejemanejes de su cuñado Iñaki Urdangarin, que tanto daño han hecho a la imagen de la Corona, y colateralmente a Elena, quien de la noche a la mañana se vio relegada en sus funciones públicas por un pecado que no había cometido, pero que ha provocado una difícil situación familiar, hasta el punto de que ya hay quien asegura que la relación de las Infantas es nula. Verdad o no, lo cierto es que mientras que la Reina se ha desplazado en dos ocasiones a Washington, la Infanta no ha mostrado el más mínimo interés por aliviar las penas y el ostracismo en que viven los Urdangarin.

Claro que bien podría tratarse de una estrategia para evitar males mayores, en una familia que ha pasado de ser la más respetada y querida por los españoles a recibir numerosas críticas, incluso por actuaciones que hasta no hace mucho tiempo eran virtudes de un Rey al que gustaba borbonear, pero al que la gente quería por su cercanía y por lo mucho que había hecho por España en momentos muy difíciles.

No se equivocan quienes piensa que la mayor virtud de la infanta Elena es que se trata de una mujer muy extrovertida, que sin duda lo es, pero sin olvidar que también es extremadamente cuidadosa con todo lo que tiene que ver con su vida privada.

Defensora de todo lo que representa la marca España —no ha dudado en envolverse en la bandera española para rendir homenaje a la selección—, Elena de Borbón vive hoy una soledad muy buscada, de la que está disfrutando al máximo, después del sufrimiento que supuso para ella la enfermedad de su exmarido, y que fue, creo yo, una de las causas que provocaron el distanciamiento paulatino de la pareja, hasta desembocar en un divorcio que le devolvió la paz y la alegría de vivir.

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