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Publicado por
pedro TRAPIELLO
León

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Ha declarado la señora subsecretaria de Defensa, doña Irene Domínguez-Alcahud, que «cuantas más mujeres haya en el ejército, más posibilidades de paz».

Dicho así, como si fuera un brindis a las lunas de Saturno, es como asegurar que las guerras se acabarían si los ejércitos fueran sólo femeninos.

Lo declaró al inaugurar un curso sobre la cuestión de género en operaciones militares en el que se subrayó el papel fundamental que desarrollan las mujeres militares a la hora de atender o entablar contacto con la población femenina de aquellos países lejanos que son hoy «teatro de operaciones». Y puso el ejemplo de Afganistán, donde las militares españolas pudieron establecer relaciones con las mujeres oriundas y obtener de esta forma información estratégica sobre movimientos enemigos, líderes de la guerrilla talibana, atentados... ¿Y cómo lo consiguieron sin dominar su lengua o sus costumbres?... pues con los cosméticos que les dieron a algunas mujeres (evoca a los espejidos de los indios) y organizando después reuniones con más mujeres en esta misma línea, o sea, como si fueran agentes de Avon, más que de la «inteligencia» militar.

Y es que la cosmética, como el dinero, es un lenguaje universal en el que también caben la corsetería, los bolsos, los zapatitos y las bragas.

Lo tiene dicho Sócrates Valdueza hasta aburrir: si hubieran bombardeado Afganistan con billetes, monedas y lencería, se habrían ahorrado tres cuartas partes de lo que se se ha fundido allí en aparato de guerra (sólo lo que han gastado aquellas bases militares en aire acondicionado supera el presupuesto de la Nasa) y el efecto habría sido demoledor, pues estaría hoy toda la población entretenida únicamente en buscar la calderilla sembrada en aquellas montañas de laberinto, después se convertirían automáticamente al consumismo y, en cuanto a la lencería, se vería socavada la cerrazón religiosa que tanto daño hace en aquellas ignorancias, porque dicen que no hay mujer que no se rinda ante las blondas, las sedas o el saltito de cama que reactive al modorro de su marido.

Sócrates concluye: «hay que lograr que la guerra sea sólo cosa de mujeres».