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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El evangelio del domingo pasado nos hablaba de la misión; hoy se nos recuerda que son necesarios hombres y mujeres que indiquen a sus contemporáneos, de palabra y de obra, el estilo de vida de Jesús; que sean pastores y guías para los demás, siendo una imagen viva del Señor Jesús. Es un riesgo grave y grande reducir el término «pastor» sólo a los que han recibido el sacerdocio ministerial. El cristiano debe ser Jesús para la gente, mirarla como él, con un corazón lleno de cariño, y hablarle del sentido de la vida. ¡Impulsando la vida! El hecho de que haya en nuestra civilización tan avanzada tantos hombres que mueren de hambre, esclavizados o azotados por la violencia, parece mostrar que los dirigentes actuales del mundo lo que hacen es preocuparse de sus intereses y beneficios.

Por eso los hombres, para ser verdaderamente libres, necesitamos alguien que oriente nuestros pasos e ilumine nuestras opciones, pues la libertad humana es responsabilidad, que se actualiza cuando el hombre escucha y responde a una llamada. Esa es la que viene de Dios y nos hace libres. Conviene distinguir claramente entre la «libertad de» y la «libertad para». Porque hay una libertad de los prejuicios, los convencionalismos, los intereses egoístas, las ideologías, los demagogos, los dictadores..., los falsos pastores. Y otra libertad para buscar la verdad, para amar al prójimo, para trabajar por la justicia, para seguir en suma al Buen Pastor. La primera es la libertad del no; la segunda es la del sí. Sólo es verdaderamente libre el que es libre para decir sí. O, de otra manera, el hombre sólo es libre en absoluto cuando es libre para el Absoluto: para Dios. El paso de la simple libertad de la moda ideológica de turno a la libertad para seguir al buen pastor es lo que llamamos fe. Un paso difícil y arriesgado. Tanto que muchos, no pudiendo aguantar por más tiempo la desorientación y la duda y no atreviéndose a buscar la verdadera seguridad en Dios, vuelven a las andadas y se pierden adhiriéndose de nuevo a cualquier «pastor». Por eso hemos de escuchar atentos al Señor que nos habla con calma. Cuando todas las verdades parecen cuestionables, cuando no hay quien encuentre el camino, cuando la vida se convierte en problema..., Jesús nos dice: «Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida».

Sin embargo, conviene tener presente que sin fe en este Pastor único no hay posibilidades ni de unión ni de paz. Hay que tomar conciencia clara de ello. Ante este mundo extraviado y en búsqueda, cada creyente tiene que convertirse, de algún modo, en guía y asumir las responsabilidades que le incumben para mostrar el camino a los demás. Pero conviene saber que no son nuestras teorías lo que el mundo espera; ni tampoco desea una «religión fácil». Lo que busca es el verdadero camino: el de la cruz de Cristo que es la ruta hacia la vida definitiva. No podemos dispensarnos de ella: el verdadero desarrollo de la vida de los hombres sólo puede realizarse pasando por las dificultades diarias con alegría y amor. Cada cristiano, como guía que debe ser de los demás, no tiene más misión que aportar al mundo la verdad de Cristo.

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