Nuestro Dios es generoso
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Se interrumpe la lectura del evangelista San Marcos, que es el que corresponde al año en curso, y se comienza a leer el célebre capítulo sexto del evangelio de San Juan, texto largo y fundamental que será dividido en relatos para la celebración litúrgica durante varios domingos sucesivos. Todo el capítulo es una gran catequesis eucarística y cristológica, que se abre con el milagro conocido: la multiplicación de los panes y los peces. Un relato, sin embargo, complejo. El Señor ha multiplicado los panes y los peces y esto ha generado gran entusiasmo entre la gente que quiere proclamarlo rey; sin embargo, Jesús se retiró otra vez a la montaña él solo. La actitud del Señor es clara, ni la gente ni los discípulos entendieron el significado del signo que Jesús realizó, no comprendieron el verdadero sentido de las obras y acciones de Jesús; sólo les interesaban los hechos y el poder de Jesús para fines personales o para fines político-temporales. Un signo es una llamada que hay que saber escuchar y seguir: esto quiere decir que hay que interpretarlo no a nuestra manera, sino abriéndonos a la verdad de Dios, de Jesús, y saber interpretar su intención. Los próximos domingos entenderemos progresivamente el mensaje y la intención de Jesús. Dispongámonos ya a escuchar su enseñanza.
El modo de obrar de Jesús con el pueblo es de quien quiere liberarlo de toda necesidad física (curaciones de enfermedades), económica (multiplicación de los panes) y espiritual (felices los limpios de corazón). La multiplicación de los panes es la negación del sistema económico donde los bienes necesarios para la vida humana son propiedad de unos pocos, donde cualquier mercancía sólo puede ser adquirida con dinero. Jesús introduce el sistema del don, del compartir, de la comunión, del desprendimiento, de la acogida de las necesidades de todos los hambrientos. La palabra de Jesús quiere producir un cambio de mentalidad por el que, ante las necesidades vitales de la humanidad, nadie se reserva para sí en propiedad lo que pertenece a todos.
Para nosotros, cristianos, la clave de la solidaridad está en la Eucaristía, el misterio y milagro que celebramos ininterrumpidamente y que, a veces, apenas si comprendemos y valoramos. Ya no se trata de que Dios multiplique el pan para darnos de comer: Dios mismo se hace pan en Jesús para ser el alimento que sacia el hambre de pan y todas las hambres del hombre. La Eucaristía es el misterio del amor y de la solidaridad del Hijo de Dios con los hombres. Es también el signo de la solidaridad de los hombres entre sí y de todos con Dios. Jesús vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos holgadamente. Por eso vino y comenzó por hacerse solidario con los pobres, con los que tiene hambre y sed, con los que sufren, con los que luchan por la paz, con los que son perseguidos y marginados. En Jesús, Dios se ha hecho el «prójimo» de todos los hombres, para que ningún hombre quede al margen de la solidaridad. Un día sentenciará que tuvo hambre y sed, y no le dimos pan ni agua. Y no lo hicimos con Dios, porque no lo hacemos con el vecino, con el extranjero, con cualquiera. El que no ama al prójimo, al que ve, que no diga que ama a Dios, al que no ve.