COLECTIVO ESTIGMATIZADO EN JAPÓN
Los villanos de Fukushima
Los trabajadores de la nuclear japonesa sufren el rechazo de la sociedad, que les culpa del desastre. La población lanza a los empleados, con cuadros de depresión, la rabia hacia la compañía Tepco
Son héroes en el mundo y villanos en el vecindario. Los trabajadores que permanecen en las tripas de Fukushima sufren el desprecio de la población, que los señala más como culpables que como salvadores. El resultado es un cuadro psicológico con depresión y ansiedad.
Lo ha dicho un equipo de 10 psicólogos y psiquiatras que tratan a los trabajadores de Tepco, la eléctrica que gestiona la central. Los doctores han denunciado que la gente a la que protegen de más filtraciones radiactivas responde con acoso y desprecios cotidianos: los empleados son insultados, sus hijos reciben burlas y aparecen pintadas vejatorias en sus casas para que se larguen. Cuando regresaron a sus hogares dentro de las áreas restringidas para recoger sus pertenencias, algunos sufrieron insultos, empujones y lanzamientos de botellas. «Mucha gente que quiere regresar a sus casas se siente frustrada y me grita frecuentemente: '¿Cómo vais a arreglarnos el problema?'», dijo meses atrás una antigua empleada de Tepco que vivía en Tomioka, en los 20 kilómetros de exclusión. Más de 100.000 vecinos siguen sin volver a sus casas.
MÁS ALCOHOL / Jun Shigemura, uno de los doctores, ha comparado a los trabajadores de la central con los veteranos de EEUU regresados de Vietnam. «Se han esforzado por el bien de su país pero reciben una respuesta violenta», ha dicho a la agencia AP. Los trabajadores han aumentado el consumo de alcohol y tabaco.
Los doctores alertan de que la desmotivación y la desesperanza podrían desembocar en «malas conductas, errores o sabotajes». También prevén un porcentaje de estrés postraumático superior al 12,4 % sufrido por los que participaron en el rescate de supervivientes tras los ataques del 11-S. En Fukushima siguen unos 3.000 trabajadores, controlando los tres reactores averiados y enfriando sus núcleos con agua.
A los trabajadores les sobran razones para preocuparse por los efectos de la radiación. En los días siguientes a la crisis, las autoridades subieron el límite habitual de 100 millisieverts a 250, e incluso así seis lo sobrepasaron. Pero las entrevistas muestran despreocupación por cánceres venideros. «Más que la salud, les preocupa el rechazo y el desempleo», ha señalado un experto.
El rencor de los vecinos a los trabajadores viene por estar a sueldo de Tepco. La eléctrica representa en el imaginario pos-Fukushima los excesos del sector durante décadas. Tepco ahorró en inspecciones de seguridad, minimizó la tragedia y priorizó sus intereses a los sociales. El accidente arruinó pesca y agricultura. Los uniformes azules de los trabajadores de Tepco, durante décadas un envidiado signo del apogeo de la industria nuclear, identifican ahora a los responsables de una crisis sin final a la vista.
RABIA HACIA TEPCO / «La rabia hacia Tepco es enorme, pero muchos japoneses distinguimos entre sus trabajadores y los subcontratados. Hay hasta seis o siete niveles de subcontratados. Tepco encomienda a estos los trabajos más duros», opina por correo electrónico Hiroshi Onitsuka, historiador especializado en el sector nuclear. La prensa ha denunciado que la empresa solía contratar a mendigos para las tareas más peligrosas. Un libro reciente desveló sus conexiones con la yakuza, por lo que muchos de los que no pudieron pagar sus créditos terminaron en Fukushima.
Los informes han confirmado que el desastre de Fukushima contó con la complicidad de la incompetencia humana. En este contexto la población entiende que los trabajadores de Tepco son más culpables que salvadores. La prensa japonesa no participó de los elogios globales a los llamados 50 héroes de Fukushima que intentaban embridar el monstruo entre las explosiones, incendios y fugas radiactivas de los primeros días.