Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Jesús rompía a los ojos de los judíos muchos esquemas religiosos. Demasiadas cosas quedaban enjuiciadas. Y Él destaca por encima de ellas; llega a proclamarse la salvación del mundo. Él es la puerta, el camino, la vida, la verdad. Los judíos lo tomarán por blasfemo. Les costaba dar un asentimiento de fe a aquel hombre, de su misma raza, conocido, cercano, natural, a pesar de todos sus signos. Y es normal. Proclamar que Jesús es la salvación del mundo es mucho decir. Que sólo él puede saciar el hambre del mundo es una afirmación demasiado seria. Que nuestra vida y nuestra inteligencia del mundo están condicionadas por Jesucristo. Que todos los demás caminos no conducen a nada. Que sólo en Él puede realizarse el hombre en plenitud.

Es una afirmación básica, tajante y exclusiva del cristianismo: sólo en Jesús de Nazaret está la salvación del mundo. Diríamos que la verdad central del cristianismo es absorbente y pasmosa. Pero parece que nosotros hemos perdido conciencia de esta extrañeza. Basta ver nuestras Eucaristías o el contenido del credo: nada nos extraña no nos saca de la rutina. Pero quizá ello se deba a una indebida espiritualización de la figura de Jesús. Nuestro salvador ya no es ese Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre en la humildad de nuestra carne, miembro de nuestra misma raza, que compartió nuestras cosas. Hemos olvidado los rasgos humanos e históricos, humildes y sencillos de la figura de Jesús, y por eso podemos decir sin extrañeza que Jesús es el Señor. Por eso deberíamos preguntarnos: ¿Qué ha traído de nuevo y seductor este hombre? ¿No es éste Jesús de Nazaret, el hijo de José? ¿Cómo dice ser el pan bajado del cielo para la vida del mundo? Lo que Jesús ha traído de seductor es algo muy sencillo y muy pobre, pero es la fuerza mayor del mundo. Jesús ha sido cabalmente el hombre bueno, el hombre-para-los-demás. La bondad no es el mejor camino para medrar en este mundo, porque ni usa la ira, ni utiliza la violencia, ni acumula poder. Pero el corazón del hombre, hambriento de algo más que de pan y de poder, sólo puede rendirse ante el supremo atractivo del amor y de la bondad. El mal del hombre y del mundo es el pecado, el egoísmo. El hombre se hace eje de sí mismo en vez de girar en torno a los demás. Unos nos defendemos de los otros. Y el hombre, al volverse hacia sí mismo, se encuentra desnudo, como Adán y Eva después del pecado.

Jesús trae otro estilo. El amor y la bondad producen en el hombre la salida de sí mismo para girar en torno a los demás, el ser-para-los-demás. La bondad desarma los malos corazones, elimina barreras, hace que bajemos la guardia ante nuestro hermano. Jesús predicó este mensaje y lo vivió. Fue un hombre bueno, como esos de quien nosotros decimos: «es un trozo de pan», o «es más bueno que el pan». Jesús no es un trozo de pan, sino el Pan de Vida.

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