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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Jesús nota los primeros síntomas de abandono ante la propuesta vida que hace a sus discípulos. Por eso les hace una pregunta clave, fundamental, de cuya respuesta depende la orientación de la vida. La respuesta viene rápida de la boca de Pedro y de su corazón. Es una hermosa respuesta: ¿Dónde vamos a ir? Tú solo tienes palabras de vida eterna. Pedro, no sé si muy reflexivamente, ha hecho su elección, una elección a la que será fiel siempre, a pesar de algún intervalo menos lúcido. Quizá a todo hombre se le plantea en un momento determinado de su vida una situación semejante a la de los israelitas con Josué, la cual narra la primera lectura, o a la de los Apóstoles con Jesús. Es posible y, desde luego, deseable que en un momento de nuestra vida nos preguntemos seriamente a qué Dios seguimos y es peligroso que pueda transcurrir la existencia sin que esta pregunta se dibuje nítidamente en nuestra conciencia y sin que tengamos, por consiguiente, la ocasión de respondernos en voz alta y después de una reflexión sincera. Una mirada rápida a nuestro alrededor y podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, a qué Dios siguen buena parte de los humanos. Podríamos decir con todo acierto que aquéllos siguen al dios del dinero y ante su altar se inclinan reverentemente sin escatimar esfuerzo: aquellos otros siguen al dios del poder y ante su altar queman incienso día y noche con una inquietud rondándoles el corazón; los de más allá siguen al dios del placer y ante él se inclinan exhaustivamente con un ansia incontrolada de nuevas sensaciones que se agostan antes de haber sido saboreadas; otros siguen el dios de la fuerza y se imponen sin clemencia sobre los débiles y los abandonados. Son personas que han hecho su elección y que son fieles a la misma, tan fieles que dejan traslucir al exterior de qué señor son súbditos.

Los cristianos nos llamamos así porque, por definición hemos elegido al Dios de Cristo. Lo malo es, o puede ser, que la elección sea por eso, por definición, y no por una actitud reflexiva, seria, consciente y decidida, que nos haga exclamar, con Pedro, «Tú solo tienes palabras de vida eterna»; nos quedamos contigo porque el dinero, el poder, el placer, la fuerza, la soberbia, la vanidad, la belleza y todos los diosecillos que pueblan el mundo no pueden darnos la luz, la serenidad, la paz, el amor y la vida que Tú puedes darnos. Elegir al Dios a quien vamos a amar y servir es un gran acontecimiento en la vida. Es interesante que no nos lo perdamos.

Es hora de decidirnos. Hemos de escoger entre el seguimiento de Jesucristo y el seguimiento de otros mesías y salvadores al uso. Hemos de reconocer a Cristo como cabeza única de la Iglesia y de la humanidad y ponernos todos en el lugar que nos corresponde como miembros suyos. El continúa ofreciéndonos su amor extremado, continúa invitándonos a participar de su Vida y de su Amor que nos da como alimento. En cada uno de nosotros está la decisión de seguir con Cristo o de abandonarlo. Jesús espera una respuesta sincera.