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ANTONIO NÚÑEZ
León

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No es prudente hacerle la puñeta a un juez y menos en los papeles porque puede, a su vez, acabar uno empapelado. Así que seamos positivos. Su señoría el titular del Juzgado de lo Penal número 1 de León, Lorenzo Álvarez de Toledo, acaba de absolver de prevaricación al alcalde y dos concejales de Quintana del Castillo, cuyo nombre es lo de menos, por firmar licencias de obras «claramente acompañadas de irregularidades y corruptelas que la sociedad española tolera desde hace siglos a su clase política». Así nos va y más claro agua. Añade el de la toga en sus resultandos y considerandos que la actuación de los imputados era «altamente censurable y claramente constitutiva de una ilegalidad», pero iba a dar igual condenarlos o no. Esto último es mío.

El juez Lorenzo, que gasta apellidos, mostacho y perilla del primer Duque de Alba, a lo mejor es un retataranieto, añade en la sentencia que el caso llevado a su tribunal es lo corriente: no había informe del secretario municipal, el alcalde dijo que no se había embolsado dinero y que sólo conocía las licencias de obras «por la carátula» —será porque en los pueblos nos conocemos todos— y que, ya es casualidad, no se había tomado declaración a los beneficiarios, «cuyos testimonios hubieran resultado altamente ilustrativos, incluso de un posible delito de estos últimos sujetos». Con cara de aburrimiento en una foto de este periódico don Lorenzo manifiesta también que «la forma de trabajar en los ayuntamientos nos es bien conocida».

La redacción del penalista reconcilia a un servidor con la literatura judicial por lo claro que dice todo y no como la del resto de sus colegas, más propia de Groucho Marx y que empieza invariable y farragósamente con «la parte contratante de la primera parte...». Aún así el estilo se podía haber mejorado con alguna que otra verdad de Perogrullo, como «estoy hasta donde me alcanzan las puñetas de tanto político corrupto y caradura que se sienta ante mí por los chanchullos más variopintos y, si condenara a estos tres jetas a diez meses de prisión, que no se cumplen, y ocho años de inhabilitación para el cargo les iba a dar igual, porque no van a devolver nada y seguirán negándolo todo hasta el patíbulo». Estamos de acuerdo.

Los politiquines de Quintana del Castillo son unos pardales en comparación con lo que se cuece por ahí. Oiga, esto no es Marbella, de modo que más vale dejarlos volar para no atascar los juzgados. Que la clase política está corrompida y no se parece en nada a la Madre Teresa de Calcuta está probado. E igualmente que la gente lo tiene asumido de muy antiguo y sigue votando, aunque sea tapándose la nariz. Quien esto escribe, por ejemplo, ha rejuvenecido un tanto con el salomónico fallo de Álvarez de Toledo después de haberse sentado trece veces en el banquillo —toquemos madera— dos de ellas procesado y siempre absuelto, si bien la última con todos los pronunciamientos en contra, según dijo mi entonces abogado Manuel Jiménez de Parga padre.

El judicial es el tercer poder y la prensa el cuarto, aunque un colega ya difunto, Vicente Pueyo, solía puntualizar que en realidad éramos «el cuarto joder, porque todo lo que tocamos lo jodemos». De mis pasos por los tribunales guardo especial nostalgia de la primera querella de oficio por desacato a cierto exalcalde de León que mandó aparcelar para urbanización de chalés la finca rústica de recreo de su señor padre. El alcalde era de los últimos de Franco y el fiscal que me empapeló tiene ahora un vástago en Fiscales para la Democracia. Coño, qué tiempos. Los chalés acabaron en un pufo fuente ingente de pleitos entre los pardillos compradores y yo quedé absuelto, pero me prohibieron entrar en el Ayuntamiento por otro articulillo con motivo de la primera visita de los reyes para la que se construyó un mingitorio hortera de mármol y moqueta marrón con materiales millonarios de un concejal del gremio, cuyo hijo también fue luego concejal por el PP. Bueno, pues vino don Juan Carlos y no meó, lo cual me convirtió en un antisistema. Lo de Quintana del Castillo, Lorenzo, comparado con aquello es una chorradica.

En Holanda todavía hoy las madres para asustar a los niños traviesos en vez de llamar al coco, al sacauntos o al sacamantecas les dicen «que viene el Duque de Alba».

Aquí la sentencia de su señoría Álvarez de Toledo no vale, por supuesto, para las Juventudes Socialistas ni para las Nuevas Generaciones del PP. Y menos para los contribuyentes, le digo a usted con el debido respeto.