¿Creemos en el Dios de Jesús?
Liturgia dominical
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
Durante varios domingos hemos tratado en estas notas la cuestión de la fe; el Evangelio de hoy vuelve al asunto, al plantear Jesús la pregunta clave: ¿Quién decís que soy yo? También aquí queda reflejado algo que ya apuntábamos en su día: todas las respuestas a la citada pregunta son muy respetables, pero no todas son igualmente válidas o acertadas. La que da Pedro no es precisamente un modelo. Para el evangelio de San Marcos ésta no es una confesión de fe auténtica, sino una expresión equivocada sobre el mesianismo, como aparece en los versículos siguientes. Pedro rechaza la perspectiva de la pasión y Jesús le tiene que llamar «satanás», porque Pedro entiende que el Mesías tiene que ser un dirigente político.
Es probablemente ahí donde está el quid de la cuestión; un Mesías cuyo trono es una cruz y cuyas armas son las palabras «amaos como yo os he amado», chocará siempre con la imagen que, normalmente, el hombre tiene de Dios y de lo divino: ¡Eso no puede ser! Un Dios que no es «como debe ser» resulta alarmante e incontrolable. Si Dios no es «como debe ser», ¿qué puede llegar a ser de nosotros?, ¿qué podemos esperar de un Dios así? No, es mejor increparlo, como hizo Pedro; y, en lugar del Dios que nos presenta Jesús, volver a plantar nuestro dios, hecho a nuestra medida, a nuestra conveniencia, a nuestros prejuicios. Todo, menos aceptarle como es.
Hoy día no se han terminado las imágenes falsas de Jesús; por incompletas, por partidistas, por sesgadas, por interesadas, por manipuladas. Por eso es una de las misiones de la Iglesia seguir mostrando ante los hombres al auténtico Jesús y denunciando los nuevos demonios que pretenden deformarlo. Pero no se hará por la fuerza, ni por la imposición del silencio o de la ley, sino con el testimonio y el ejemplo; rechazando todo lo que pueda dar pie a falsas interpretaciones de Jesús; apostando decididamente por la causa de Jesús; poniéndose, sin ambigüedades, de parte de los pobres y de quien necesita recibir la Buena Noticia; pronunciando ésta con claridad y valentía; potenciando unas catequesis que busquen mostrar el auténtico Jesús de Nazaret, el Cristo de la fe; trabajando por construir verdaderas comunidades en vez de limitarse, por ejemplo, a repartir sacramentos «a granel». Y así podríamos seguir con un largo etcétera.
La fe, la auténtica fe, la ve vivida -más que la hablada- es la única que puede llevar al hombre a esa sintonía con Dios que le puede hacer comprender sus designios para con el hombre. Y aunque éste pueda no entenderlos, siempre quedará la solución de adoptar la postura de Job, por poner el ejemplo de un hombre de fe.