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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

La escena evangélica de este domingo tiene dos partes: en la primera los apóstoles manifiestan no entender a Jesús; en la otra Jesús indica a los suyos que quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Nuevamente nos encontramos la cuestión de la fe. Mejor dicho: lo difícil que puede llegar a ser convertirse en un hombre de fe. La fe es una amistad, una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una experiencia; y no una costumbre social ni una rutina ni una suma de ritos o de prácticas superficiales. En una relación personal, lo más importante es la persona, un Alguien con quien convivimos, con quien contamos, a quien consultamos las dudas importantes, cuyas ideas influyen en las nuestras y, por lo tanto, en nuestra vida. Su vida es un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo y más vital.

Los discípulos no entienden las palabras de Jesús, porque están en franca contradicción con lo que ellos imaginaban, con la imagen y el juicio previos que ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías: un ser fuerte y potente, que con brazo enérgico controlaría las fuerzas adversas y doblegaría todo lo que andaba mal en el mundo. Pero resulta que Jesús les habla de morir nada menos que ejecutado por mano de los hombres. ¿Y nosotros hoy lo entendemos? Si no lo hacemos es porque nos falta fe, porque no confiamos de verdad en Jesús: le llamamos Señor, pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, «por si acaso», preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades. Las palabras de Jesús no nos acaban de bastar y necesitamos otras cosas; diga lo que diga él, nosotros tenemos que procurar a toda costa no quedarnos los últimos, porque eso sería una catástrofe, una tragedia. Y sin embargo, la sabiduría de Dios, la de Jesús y el evangelio es totalmente contraria. Frente a una sociedad en competencia, donde sólo hay sitio para los triunfadores, Jesús nos invita a ponernos en último lugar, en el lugar de los que sirven, no de los que utilizan a los demás para su propio provecho.

La Eucaristía es una lección de amor que se entrega. Celebramos el servicio del amor de Jesús que da su vida para que tengamos vida. De nosotros depende que la lección nos sirva para aprender a ser cristianos, a ser como Cristo, servidores de los demás. De aprender la lógica del Evangelio y aprender que, como Jesús, el que no sabe servir no sirve para ser cristiano; ni siquiera persona.