EL PAISANAJE
Descanse en paz
No me refiero a Carrillo, sino a Rajoy. El primero ya es historia del otro siglo, mejor olvidarla, que en éste ha cumplido sobradamente en servicios al país palmando a los noventa y siete tacos después de fumar tres cajetillas diarias, lo cual demuestra que hasta en la ley antitabaco Zapatero estaba equivocado. A ver si no se me olvida decírselo a mi médico, que es apolítico. En cuanto al segundo, Mariano ha debido de exhalar un suspiro de alivio al presentarle la dimisión Esperanza Aguirre y a lo mejor ha comentado a sus íntimos lo clásico en estos casos: «que se lleve tanta paz como la que deja entre nosotros». Es el epitafio cabrito de siempre.
Durante toda la semana sesudos analistas han gastado ríos de tinta para dilucidar si Esperanza se iba por razones personales, diferencias con las altas instancias del partido y patatín y patatán. De todo habrá un poco y a eso se le llama hartazgo. Se atribuye a Churchill, aunque a lo mejor no es suyo, el dicho de que en política las enemistades se miden de menor a mayor en tres categorías, a saber, enemigos, enemigos íntimos y compañeros de partido. Es probable que la moza dimisionaria pensara igual que sir Winston.
Para sobrevivir en política se requieren tres condiciones muy rigurosas: cara dura, aguante y, si es posible, no tener oficio ni beneficio. El talento, la preparación o la independencia de criterio incluso pueden estropear el curriculum de muchas jóvenes promesas, y otras que no ya no son tanto tanto, en los aparatos de los partidos, donde juras obediencia ciega al jefe o te caes de la lista. Luego es un drama comer —o forrarse— en los tiempos que corren.
No parece ser éste el caso de Esperanza Aguirre y Gil de Biezma, marquesa consorte de Villanueva de Duero, con Grandeza de España, y condesa de Murillo, a mayores de funcionaria del ministerio de Turismo, donde quiere volver a su puesto ahora. Muy cansada no está, pero tranquilo De Guindos, macho. Enfermedades y querencias familiares aparte lo más seguro es que la expresidenta de Madrid estuviera hasta el moño y la peineta de las zancadillas y marrullerías de Rajoy en materia de impuestos, lucha contra ETA, pactos con los independentistas catalanes o vascos y tal y cual. Eso no era lo que venía en el programa electoral, carece de tragaderas y elegantemente se larga dando un portazo. El partido la sustituirá por un o una mindundi —en el PSOE hubiera valido también Zerolo— que no rompa el organigrama.
La Aguirre era un referente, como se dice ahora, para los que pensamos que a la política hay que ir sin más ataduras que las del electorado, estilo americano, y a hacer la digestión, no a comer. Se viene comido de casa y, si pierdes unas elecciones, vuelves al curro de paisano de a pie y punto. Aquí como la mayoría no lo tienen se enmatan en las administraciones y empresas públicas, plagadas de medio millón de políticos, cuñadas y demás familia. Una pasta gansa para el Estado, en fin, a la que Rajoy no quiere meter la tijera porque es más fácil subir el Iva a seis millones de parados. Esto es lo que hay.
En mis lejanos tiempos estudiantiles juré no volver a Madrid. Y ahora menos. Entonces vivía en la calle Arganzuela número 7, pensión Juanito, cabe a la Fuentecilla y a medio camino entre la Latina y la puerta de Toledo. De puro chulo servidor castigaba allí como el Pichi, aunque visto el panorama dudo que se pueda hacer ahora en democracia. Estamos condenados a obedecer a un hatajo de iletrados, ninguno castizo. Van todos en fila india detrás del jefe o jefecillo de turno sin que en este chotis ninguno se salga ni un milímetro del ladrillo, que es como debe bailarse. Siento yo no haberle pedido un baile de mozo a Esperanza Aguirre, que por lo demás es de mi quinta.
El presidente gallego estudió en los Jesuitas de León cuando su padre era fiscal jefe de la Audiencia o algo así. La jesuítica es una orden religiosa especializada en liar la madeja desde Lutero. Mire usted, si no, cómo le va a la Merkel y a nosotros. Luego busque, compare y, si encuentra algo mejor, vote.
Cierto amigo mío que también estudió en los Jesuitas y cuyo nombre no viene al caso porque tampoco es cuestión de desgraciarle el empleo en un conocido centro comercial apunta la posibilidad de que Mariano quedara demasiado influenciado por el padre Murugarren, cuyo lema era «no digamos que digamos, pero tampoco digamos que digamos». Tadeo Jones, más expeditivo, debió de ir al Colegio Leonés con Zapatero
El gallego se quedó en Murugarren.
Carallo.