CORNADA DE LOBO
Llámale Sandío
Tienen las estaciones de tren y los aeropuertos la gracia y la asfixia de ser una abigarrada maqueta que resume al género humano. Ahí estamos todos: los tontos, los listos, los gordos, los ricos, los filipinos, los electricistas... y todas, claro: las gordas, las listas, las tontas, las filipinas, las ricas, las electricistos ...
Esperando un rato largo en andén o terminal se ve a la gente que se va o que llega y es fácil hacerse una idea de cómo es el lugar... en las esperas odiosas no es mal pasatiempo apostar por quiénes serán nuestros compañeros de vagón o vecinos de asiento... ponte en lo peor, acaba ocurriendo siempre... y reza para que no vaya a tu espalda esa peña de modorros graciosos con pintas de ir a darlo todo a una grada o algún jolgorio... ni mucho menos esa familia telerín con muchos bultos y con niño y niña que se aburren, juguetean, perrean, exigen caprichos, gimotean y, por lo general, desquician... sobre todo al radiar en alto cada una de sus bromas, carreras o peleas.
Pues nos tocó la familia telerín.
Por ponernos en lo peor.
No fueron especialmente salvajes y no enloquecimos del todo en la travesía, aunque turras dieron las suyas, mientras papá y mamá agitaban el jaleo porque aquellos críos se esgüevaban cada vez que les daban una orden o un aviso.
Sus pintas no eran menos chillonas: ropa deportiva molona, colores terribles, gafotas de marca falsa, bolsones y mochilitas, playeras de dos pisos... sin embargo, lo que nos pareció fascinante fue el nombre del crío que no paraba de revolver y chotearse; su padre se hartaba de vocearlo: ¡Armani!... ¿coñó!... ¿comó?... ¿ha dicho Armani?...
Tal cual... seguramente pensaron que ese nombre le caería como un traje, pero no era el caso porque aquel rapaz rechonchete tenía más bien cara de llamarse Sandío... ¿y su hermana?... era modosita y no la llamaban. Nos picó mucho la curiosidad de saber su nombre y nos quedamos sin saberlo. Pero la fatalidad quiso que aquella familia coincidiera en nuestro mismo hotel, ¡horror!... y al día siguiente supimos cómo se llamaba la cría: ¡¡¡¡Chanel!!!!... y juro que este episodio inverosímil es rigurosamente cierto... ¡Chanel!... no podía ser de otro modo.