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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El domingo 7 de octubre de este año 2012 el papa Benedicto XVI ha proclamado Doctor de la Iglesia a San Juan de Ávila.

Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, España) en 1499 ó 1500, a sus trece años inicia los estudios de Leyes en la Universidad de Salamanca. Les dedica un cuatrienio para retirarse durante otros tres años en Almodóvar. Después de los estudios teológicos realizados en Alcalá celebra su primera misa en 1526. Frente a su propósito de dirigirse como misionero a la diócesis americana de Tlaxcala, el arzobispo don Alonso Manrique logra que se quede en Sevilla. Tras algunos conflictos con la Inquisición multiplica su predicación en Córdoba y Granada, donde produce la conversión de Juan de Dios que de vendedor de libros pasa a ser modelo de caridad con los enfermos.

En su tarea apostólica sobresalen la fundación de colegios y de estudios generales como el que se convertiría en la universidad de Baeza, la predicación por tierras de Andalucía y de Extremadura, su gran obra del «Audi filia» y sus anotaciones para el Concilio de Trento. De 1554 a 1569, Montilla será el lugar de su retiro y de su oración, de sus escritos y de sus relaciones con todos los grandes santos y personajes de su tiempo.

Juan de Ávila murió el día 10 de mayo de 1569. Reconocido por todos como el «Maestro», tan sólo en 1894 su pueblo de Almodóvar logró que León XIII beatificara a aquel apóstol. Pablo VI lo canonizaría el 31 de mayo de 1970. A los que estábamos presentes aquel día y a los que lo admiraban y amaban, el Papa presentaba a Juan de Ávila como «un hombre pobre y modesto, por elección propia… un sencillo sacerdote, de poca salud y de fortuna muy reducida… un apóstol fiel y fervoroso».

El día 6 de octubre de este año 2012, durante la vigilia que siguió a las vísperas celebradas en la basílica de Santa María la Mayor, escuchamos una vez más aquellas hermosas palabras del Santo: «O cruz, hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. Ensánchate, corona, para que pueda yo poner ahí mi cabeza. Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor».

Al día siguiente, domingo 7 de octubre, en la Plaza de San Pedro, Benedicto XVI lo declaraba solemnemente «Doctor de la Iglesia», junto a santa Hildegarda de Bingen. Al inaugurar el Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización, el Papa reconocía a San Juan de Ávila como un celoso misionero y apóstol infatigable.

El epitafio que figura en su sepulcro sigue afirmando: «Fui un segador». Su celo evangélico nos recuerda que la mies es mucha. Y que se necesitan brazos para la recolección de la cosecha de los frutos que el Señor espera. Que la fidelidad de San Juan de Ávila a la Palabra de Dios nos estimule. Y que el Santo «Doctor del Amor divino» interceda por nosotros en esta hora que nos convoca a anunciar con nuevo ardor el evangelio de la luz y la esperanza.

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