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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

De tanto en tanto recorre el mundo el rumor inquietante de que está para llegar el fin del mundo.

Una aparición. Una revelación. Un texto de unos antiguos calendarios. Todo sirve para crear un sentimiento que va de la inquietud al regodeo. No se sabe si nos horroriza ser los últimos habitantes del planeta o pretendemos contemplarnos en un telediario posterior a la cósmica catástrofe.

De todas formas, a la luz de la fe, lo más preocupante es que para tratar de fijar la fecha del fin del mundo se acude a los pretendidos signos del final que se encuentran en los evangelios.

Se leen las señales de los cielos y la tierra que allí se mencionan, se recogen las noticias de los últimos fenómenos atmosféricos. Se deduce que todo coincide y, en consecuencia se pretende fijar con exactitud el fin de todo lo creado. De todo o de la pequeñísima parcela que nosotros conocemos.

A propósito de esas predicciones véase este texto: «El que se levante pueblo contra pueblo y el que su angustia se abata sobre los países, lo estamos viendo en nuestro tiempo con más profusión de lo que leemos en los libros. También sabéis con cuanta frecuencia hemos oído que en otras partes del mundo ha habido terremotos que han devastado innumerables ciudades. Sobre nosotros se abate peste sobre peste. Es cierto que todavía no vemos claramente signos en el sol, la luna y las estrellas, pero el hecho de que no estamos lejos de eso, podemos deducirlo del cambio de clima que ya experimentamos».

¿Verdad que es de una rabiosa actualidad? ¿No es cierto que el autor conoce perfectamente lo que está pasando? Pues bien ese texto pertenece a las Homilías sobre los evangelios que escribía el papa san Gregorio Magno a finales del siglo VI. Seguramente nos parecerá sorprendente.

Como se ve, en todos los veinte siglos que nos separan del Señor, siempre se ha tratado de adivinar el futuro. Por otra parte, llevamos también muchos siglos repitiendo que la Biblia no contiene un informe sobre el principio del mundo y pretendemos encontrar en ella una predicción del final.

En torno a la polémica sobre Galileo ya se dijo que la Biblia no nos dicen cómo van los cielos, sino cómo se va al cielo. Repetimos que los mensajes bíblicos sobre el principio no tienen un carácter científico, sino religioso-moral. Pero no nos decidimos a aplicar ese mismo criterio a los mensajes sobre el final.

El discurso de Jesús sobre el final no es un informe científico. Ni un código para adivinos. Es una reflexión sobre Dios y sobre el hombre, sobre la eternidad y el tiempo. No se nos anuncia el fin del mundo. Se nos exhorta a poner fin a un mundo malo.

Jesús nos dice que hoy es el tiempo final. Siempre es el tiempo final. Siempre se nos recuerda nuestra finitud y caducidad. Siempre es el tiempo de la espera y de la esperanza. Siempre es el tiempo de la responsabilidad y de la vigilancia. Siempre es el tiempo de la creatividad y la fraternidad.

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