Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Este domingo nos reunimos como una comunidad que espera a Alguien. Creemos que el Señor vino, que viene ahora y que vendrá definitivamente: un hecho pasado y también una espera actual que apunta al mañana. Por eso el cristiano es alguien que siempre espera. Pero, ¿a quién esperamos?.

Aquel que «que por la fe está en nosotros», no es Alguien a quien no importen las realidades del mal, de la opresión, de la injusticia, de la falta de amor. Él, Niño en Belén y Crucificado en Jerusalén, es un combatiente de la verdad, de la justicia y del amor. Tengámoslo en cuenta al preparar la Navidad. La alegría, la paz que repetidamente nos anuncian las lecturas de hoy tienen un motivo: el Señor está cerca, está entre nosotros. Pero no se olvide que es Alguien que salva porque lucha contra todo mal y a favor de todo bien. No se despreocupa de lo que duele al hombre, trabaja por todo lo que al ser humano le da vida.

Que el Señor está entre nosotros significa que lucha en nosotros y con nosotros. No contra nadie —Él quiere salvar a todos—, pero sí contra todo lo que hay en nosotros de mal, de pecado, de muerte. Se nos pide, por tanto, que optemos por luchar con El. Con otras palabras: la preparación a la Navidad es una llamada intensa a la conversión.

En este tiempo la Liturgia nos muestra la figura de Juan el Bautista, un hombre radical que preparaba el camino de la llegada del Mesías, del Señor. Hoy hemos escuchado cómo las gentes del pueblo iban a él para preguntarle qué habían de hacer. Y sus respuestas —sencillas— son acciones concretas que conducen a un obrar según la verdad y el amor, es decir, que muestran la conversión.

La razón de la alegría es que el Señor de bondad está entre nosotros. En nuestra vida. Por eso, cada domingo afirmamos nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro anhelo de vivir según el amor que de Él proviene. Pero para que la alegría sea auténtica y duradera (más auténtica y duradera que toda la palabrería comercial y banal sobre Navidad que nos inunda en estos días), escuchemos con sinceridad la insistente y personal llamada a la conversión y a encontrar el camino que nos dirige a Jesucristo. Nos vemos animados por la esperanza que nos da la fe en la fuerza de su amor vivo en nosotros, el amor que celebramos en la Eucaristía y que llevamos a la vida.

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