CORNADA DE LOBO
Leyendo
Tardes como las de otoño y noches como las de invierno no las hubo mejores para coser lecturas... y si el libro es de los que rascan nostalgia o cercanías, uno se siente abrigado en la mollera y así, cuando toque ir a la cama, llevará en la cabeza un mullido colchón para los buenos sueños y no para las pesadillas raras, que son más propias de la cartilla que nos lee el gobierno cada día hasta en el último telediario.
Quedan de esos libros. Estoy con uno. Es de relatos, lectura vertiginosa, cosa que anima mucho a los negados de tomo y vagos de lomo como yo. Se titula «Sombras en el camino», un regalazo al gozo de leer por lo bien escrito que está... y lo está porque quien escribe es Venancio Iglesias, que desde hace mucho tiempo ya no tiene que demostrar a nadie que sabe hacerlo... ni siquiera al santón con desdén que lo sabe y quiera ignorarlo.
Los ocho relatos que componen esta obra son un alarde de técnicas narrativas, hay peripecia, humanidad al ras en la gesta de los días, hay cinismo del bueno e ironía ácida que disculpa el cielo, hay ternura en cestos... en fin, hay inteligencia y amenidad... y late la tierra y la cuna cazurra en todo ello.
Venancio es un escritor de fuste, literato en toda regla que, por no dar ruido y tenerle cerca, no aupamos como debiéramos al parnasillo de nuestras letras leonesas del que citamos sólo a los inevitables del «sota, caballo y rey», dejando de nombrar a tantos de obra grande que, una vez muertos, nos servirán para vestirnos con su pellejo en algún homenaje póstumo... mira Carnicer... ¿y dónde están los Noras, Torbados o Cabales?... ¿no aprendemos o es que no dejamos sitio en el estrado a los ausentes o pacíficos?...
El estrado que tiene el lector en sus adentros es muy otro y ahí sienta al que sabe contarle llegándole al hondón y no siempre a los que la inercia o el renombre instala por decreto en la fama o el favor... y eso es lo que creo que hará el lector anónimo cuando siente a Venancio en sus lecturas... sobre todo, si lo hace en estas tardes de frío y añoranzas que invitan a cristalizarse en la memoria los recuerdos del olor de sequillos que inundaba en estas fechas el pasillo de la casa materna.