Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Se ha convertido en un tópico eso de repetir que la familia está en crisis. Lo malo es que, por mucho que se repita esa expresión, no se pone remedio a la crisis. Es cierto que hay muchas personas en el mundo decididas a estudiar el fenómeno de la crisis y a tratar de encontrar alguna solución, tanto personal como institucional, para superarla.

Paralela a la crisis global se percibe la que afecta a las familias. En nuestra sociedad se presta poca atención a las causas últimas que la han generado. Son pocos los que piensan que la crisis de la familia es un reflejo de la crisis de la persona. Si nos hemos equivocado en la comprensión del ser humano, difícilmente acertaremos a la hora de pensar en las relaciones y compromisos que lo definen.

Pero hablar de un compromiso ya es arriesgado. De hecho, hoy se dan por buenos tres tremendos errores. Se piensa que la familia no tiene por qué basarse en el matrimonio. Se dice que el matrimonio no tiene por qué fundamentarse en el amor. Y se repite que el amor no tiene por qué sobrepasar la emoción del sentimiento para convertirse en compromiso.

Si se prefiere, se puede dar la vuelta a esta retahíla. En el fondo del problema aparece una falsa concepción del amor humano. Seguimos siendo demasiado románticos. En nuestra sociedad el sentimiento ha destronado a la razón. Y la razón ha sido vencida por la frivolidad de lo efímero. Sería bueno repasar las siete preguntas que siguen:

«¿Puede el hombre comprometerse para toda la vida? ¿Corresponde esto a su naturaleza? ¿No contrasta el compromiso con su libertad y su autorrealización? ¿Llega el hombre a ser él mismo si permanece autónomo y entra en contacto con el otro solamente a través de relaciones que puede interrumpir en cualquier momento? Un vínculo para toda la vida ¿está en conflicto con la libertad? ¿Merece la pena sufrir por el compromiso?»

Esas preguntas se encuentran en el discurso con el que Benedicto XVI felicitaba las Navidades a la Curia romana el pasado 21 de diciembre de 2012. Esas preguntas son fundamentales. En ellas se refleja una imagen de la persona como un ser capaz de tomar su vida y entregarla libre y coherentemente a un compromiso de vida.

Nuestra cultura ha hecho bien en reivindicar el precioso don de la libertad. La libertad es un derecho imprescindible de toda persona, que, al mismo tiempo, conlleva una serie de deberes por parte de todos los demás. Pero nuestra cultura se ha equivocado al hacernos pensar que nuestra libertad es la que genera y determina todos los valores morales.

Se equivoca también nuestra cultura al reducir la libertad a la ausencia de compromisos. La «libertad de» ataduras y vínculos es poca cosa si no conduce a descubrir la «libertad para» entregarse con todo el corazón a una tarea o a una vocación. La libertad no es tanto un punto de partida como un punto de llegada. Nadie es tan libre como quien se compromete por amor.

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