Diario de León
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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Jesús comienza su vida pública, según Juan, con el milagro en la boda de Caná. Comienza, pues, no sólo con palabras, sino con la contundencia de las obras. Es probablemente el milagro menos «glorioso» de todos. En general los milagros suelen tener un cierto «cuerpo»: curar enfermos, alimentar miles de personas... Juan escoge un primer milagro muy casero, casi banal. Pero nada en Juan es casual, y menos la elección del primer «signo». Es la ayuda de Jesús, discretamente, a unos novios en el día de su boda, porque se les ha terminado el vino, elemento indispensable de la fiesta. En este hecho Juan ve la manifestación de todo lo que Jesús irá haciendo. Es el vino nuevo de la obra redentora de Cristo, que irrumpe en la vida humana, renovándolo todo (transformando en vino bueno lo que era sólo agua). Este vino nuevo significa, propiamente, «ayudar a los hombres a encontrar la alegría». Esta frase lo dice ya todo, a todos los niveles; es la alegría de la vida verdadera en Dios para todos y para siempre.

Jesús quiere que tengamos vida y alegría en abundancia. Esto hemos de aprendérnoslo bien en la vida concreta: los cristianos hemos de participar en las alegrías de los hombres y, además, procurarlas. La felicidad del amor, del matrimonio, el gusto del buen vino... es algo que nuestras lecturas bíblicas afirman y, sobre todo, si sabemos las sabemos enmarcar en la plenitud de la felicidad que comienza con Cristo Jesús. No podemos desdeñar las «pequeñas alegrías» de la vida cotidiana. Cuando oímos cantar un pájaro, vemos relumbrar el sol en las gotas de lluvia, contemplamos el esplendor de los frutos maduros en un árbol, vemos feliz a una persona que supera un problema..., podemos estar seguros de que nos encontramos con detalles del gran banquete y del mejor vino de la fiesta de Jesús. Es el sí de Dios a nuestra vida.

Tampoco hemos de olvidar, con las bodas de Caná delante, una referencia al final de todas las cosas. Es llamativo el acento puesto en aquel vino bueno —el mejor— que se guardó hasta el final, siendo esto precisamente lo contrario de lo que suele practicarse entre los hombres. Así es, pues, en el reino de Dios. El cristianismo contiene esencialmente una dimensión escatológica o de ultimidad. Muchas de las cosas que ahora están ocultas -así habla también san Pablo- sólo serán conocidas al final. Habrá que tener la mirada puesta en el futuro, en el por venir, ya que es algo que pertenece al comportamiento de la fe cristiana. Lo mejor se guarda para el final. Esto no será motivo de temor, sino acicate de la esperanza.

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