Vete y haz tú lo mismo
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
En un tiempo las cabeceras de los diarios están ocupadas por el terrorismo y en otro, por el desempleo. En los últimos meses se ha hablado mucho de los médicos y de las medicinas, de los dineros debidos a las farmacias y del copago de los medicamentos, de los hospitales públicos y de su eventual privatización.
En cambio, no se ha hablado demasiado de los enfermos. En algunas ocasiones parece que se los recuerda solamente para utilizarlos como rehenes en la lucha política o como parapeto cuando empiezan los disparos. Los enfermos, como los pobres y los hambrientos de este mundo, pueden fácilmente convertirse en cifras de una estadística.
Sin ánimo de hacer demagogia, hemos de preguntarnos si nos interesa de verdad la suerte de cada enfermo. Impresiona aquella frase de Eugène Ionesco que dice que «un médico concienzudo debe morir con el enfermo si no pueden sanar juntos». A su vez Tennessee Williams afirmaba que «los médicos no odian a sus pacientes». Sin duda ambas reflexiones pueden y deben aplicarse también a otras profesiones.
Aun por egoísmo, el enfermo debería preocuparnos a todos. En primer lugar, porque todos estaremos enfermos alguna vez. Y, sobre todo, porque el amor verdadero se muestra precisamente cuando los demás están pasando por una situación de debilidad e impotencia. Cuando una persona querida cae enferma, algo de nosotros enferma con ella.
Vivir es convivir. Y es también desvivirse para que el otro tenga vida. «Cuando decimos a alguien: «No puedo vivir sin ti», lo que realmente tenemos en el espíritu es: «No puedo vivir si siento que sufres, que estás enfermo y pasas necesidad». Es hermosa esa reflexión que Graham Greene nos dejó en su obra «El fondo del problema».
Pues bien, el día 11 de febrero se celebra en la Iglesia la Jornada Mundial del Enfermo. En este año Benedicto XVI nos propone la parábola evangélica y la imagen del Buen Samaritano. Ante su compasión frente al hombre apaleado y dejado medio muerto por los ladrones, Jesús nos exhorta a todos: «Vete y haz tú lo mismo».
Según el Papa, «se trata de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos».
Tres son las lecciones del Buen Samaritano: prestar atención al enfermo, compadecernos sinceramente y proporcionarle la ayuda necesaria. Para prestar atención al enfermo concreto hemos de salir de nosotros mismos y dejar de vivir absortos en nuestros intereses. Para compadecernos de él hemos de olvidar nuestro egoísmo y aprender a practicar el ejercicio constante de la empatía. Y para proporcionar al enfermo la ayuda que necesita hemos de revisar nuestras prioridades personales y sociales y modificar nuestras estructuras sanitarias.