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Publicado por
Rosa Villacastín
León

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La elección del argentino Bergoglio como representante de San Pedro en la Tierra ha sorprendido a la comunidad católica y ha llenado de esperanza a muchos que siendo creyentes no se sienten identificados con los representantes de la Iglesia oficial, cuyos miembros parecen estar más interesados en la alta política que en solucionar los problemas de esos fieles que cada domingo acuden a misa, o invierten parte de su tiempo y de sus energías en recoger y repartir alimentos para dárselos a los más necesitados.

Dicen quienes conocen al jesuita argentino que se trata de un hombre culto, que ha dado suficientes muestras de humildad y preocupación por los más desfavorecidos, por todos aquellos a los que los poderes políticos y económicos ahogan desahuciándoles de sus casas, despidiéndoles de sus trabajos, rebajándoles las ayudas para que sus hijos puedan estudiar, el único trampolín que les ayudaría a salir de la miseria.

Problemas todos que el nuevo Papa conoce de primera mano, porque él sí se ha pateado las calles, ya que entre sus cometidos diarios allá en Buenos Aires era plantarle cara al poder de los Kirchner, que no dudaron en lanzar toda su artillería mediática contra él, temerosos de que las denuncias del arzobispo sobre su enriquecimiento personal pudieran alertar a la población.

La expectación que ha suscitado la elección del nuevo Papa es tan grande, que ojalá el cambio de timón que se vislumbra no sea un simple espejismo. Urge una política de transparencia frente al oscurantismo, que evitaría las muchas especulaciones que se hacen sobre aspectos que en nada favorecen al prestigio de la Iglesia.

La Iglesia necesita que alguien se comprometa a abrir las ventanas del Vaticano para que entre la luz del día, la voz de los fieles, y muy especialmente las demandas de esas mujeres que llevan siglos luchando por la igualdad de la mujer respecto al hombre en la Iglesia. Una asignatura pendiente que ningún Papa se ha atrevido a abordar con seriedad, habiendo como hay tantas que han entregado su vida a la Iglesia.