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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Este será el grito del Día de Pascua, día de triunfo, de gloria, de promesas cumplidas. Es el día que hizo el Señor, el día por antonomasia de los cristianos. El Día que no necesita calificativos ni apellidos: el Domingo de Resurrección.

Este día irrumpe sin que nada pueda detenerlo en el horizonte de la vida cristiana para que, como decía San Pablo, ni seamos los más miserables de los hombres ni sea vana nuestra fe. El sepulcro vacío es una llamada a la esperanza y a la nueva forma de vivir. Ésta tiene por norte al Señor resucitado, porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, que quiere que los hombres sean felices plenamente; un Dios que quiere que seamos hombres de verdad, capaces de comprender al hombre, de compartir con él alegría y dolor, escasez y abundancia, proyectos y decepciones; un Dios que quiere que vivamos en una espléndida libertad, ya que Él murió y vivió precisamente para que seamos libres, con una libertad como nada ni nadie puede darnos, porque está apoyada en la verdad.

Por eso resulta a veces inconcebible que siendo este día el quicio en el que se apoya nuestra fe, hayamos dado al mundo, a menudo, el espectáculo de un cristianismo duro, aburrido, intolerante y hasta cruel. Es incomprensible pero real. En buena lógica no podría haber en el mundo hombres más equilibrados que los cristianos, quizá porque tenemos como fundamento de nuestra vida la resurrección, que es el triunfo definitivo sobre lo más doloroso e inexplicable: la muerte. Por eso el día de Pascua es un día de buenas noticias, en medio de un mundo que las necesita, noticias que le descubran lo mucho que hay en el hombre de bueno si es capaz de vivir, como dice san Pablo en la 2ª lectura, buscando las cosas del cielo y no las de la tierra. Esta postura de Pablo, que marcó toda su vida, supone un estilo que no tiene nada que ver con el estilo al uso. Adviértase que buscar las cosas del cielo no es, ni mucho menos, vivir un angelismo desencarnado y simplista, sino vivir conociendo perfectamente las de la tierra para ordenarlas debidamente según una jerarquía de valores. Cuando llegue la hora de elegir, lo haremos desde una fe que se fortalece hoy: la fe en Cristo resucitado.

Creer en Cristo resucitado tiene que producir en todos nosotros un cambio profundo, para que quienes nos vean adivinen nuestra fe en la resurrección y perciban la impronta de esa buena noticia que no pretendemos guardar avaramente, sino darla a los demás, porque comprendemos que, haciéndolo, servimos al hombre y le indicamos, con toda sencillez, el camino que conduce a Dios, un Dios que ha vencido a la muerte precisamente para que el hombre no mate ni muera, sino que viva con la mayor intensidad posible. La resurrección necesitó testigos en su momento; los necesita hoy también: los cristianos. Pero nuestro testimonio será fiable según sea nuestro modo de vivir.

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