Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

En los ambientes de Iglesia se suele emplear con profusión la palabra «testimonio». Está fuera de duda el contenido positivo que se quiere dar al término, pero la forma de presentar el tema tiene, a veces, escasa precisión y puede fomentar ilusiones vanas. Por testimonio se suele entender el que los demás vean una coherencia completa entre los ideales prácticos de la fe cristiana y la vida de los creyentes. Se trata de un actuar que admire a los otros y, tras valorarlos, les haga más creíble el mensaje evangélico. La primera razón para actuar «en cristiano» es que, desde dentro, nos lo pide nuestra fe y no el dar ejemplo o lecciones a nadie. No actuamos así para que los demás crean, sino porque nosotros creemos.

Por otro lado, aunque parezca raro, ser cristiano no es tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de crecimiento y seguimiento constante a Jesús. Sin embargo, en realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir a Jesús. Para no pocos, la vida cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para vivir como él vivió y pasar por donde él pasó. Por eso, el cristiano no sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús y tomando sus mismas opciones.

No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. La cuestión no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba. A veces pensamos que es difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo, sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.

Hay cosas que son muy claras si nos ponemos a seguir a Jesús. La voluntad de Dios no es un misterio por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor. Ciertamente es arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin apoyo alguno donde reclinar su cabeza. Pero es lo único que puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese «seguir a Jesús», su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y más sin sentido.

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