Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Abraham acoge en su casa a los tres viajeros; las dos hermanas acogen a Jesús. En un mundo tan inhóspito y que facilita tan poco la comunicación amable entre las personas las lecturas de este domingo son una invitación a tener un corazón acogedor para con los demás, tanto si son conocidos como si no lo son (y en verano tenemos probablemente mucha ocasión de ejercitar esta virtud). Se trata, además, de una hospitalidad desde la fe, y con recompensa de Dios: Abraham «ve» a Dios mismo en los huéspedes, y recibe nada menos que el cumplimiento de la promesa tanto tiempo ansiada: la descendencia. A Marta y María les vienen también toda clase de bendiciones al hospedar en su casa al Mesías. Ver en los demás a Dios o a Cristo es una clave de indudable densidad teológica y de consecuencias morales. Cada encuentro con el hermano es un encuentro con Dios.

Pero antes hace falta buscar espacios para encontrar a Dios y escuchar su palabra. Y ésta es una tarea primordial para el cristiano; mal podemos seguir a Dios, mal podemos cumplir lo que El nos pide, si no le escuchamos, si no estamos atentos a su palabra. Hoy día en que todo parece girar sobre el concepto «eficacia», incluso dentro de la propia Iglesia, en que parece que se es mejor cristiano si se asiste a más reuniones, si se participa en más movimientos o si se «hacen más cosas», corremos el peligro de «hacer por hacer» y olvidarnos de esa «parte buena» que es estar a la escucha de la Palabra de Dios. Es imposible vivir como cristiano sin escuchar, serenamente, a Dios. Tarea, por tanto, urgente, la de pararnos a escuchar y a revisar. Sí, a revisar, porque en el fondo de esa postura de «hacer mucho y escuchar poco» hay una buena dosis de autosuficiencia que nunca tiene razón de ser, pero menos todavía en este terreno de la fe.

Marta y María no representan dos estilos de vida cristiana legítimos. El verdadero cristiano es una confluencia de Marta y María. No caben ni dicotomías ni dualismos. Si fueran dos formas válidas querría decir que son separables, pero de su separación arrancaría su ilegitimidad. Marta y María son dos dimensiones de toda vida cristiana, mutuamente implicadas. Los cristianos que glorifican la oración, la alabanza, la vida interior, la gracia, los carismas... hasta el olvido de la dimensión de la fraternidad en toda su densidad histórica, debieran revisar su imagen del Dios Trinitario. Y los cristianos dados con empeño a la transformación del mundo y de sus estructuras, a la lucha por la justicia, a la acción política en todas sus formas, hasta el olvido de la oración, la liturgia, la vida interior..., deberían a su vez revisar su concepto del Reino.

Se trata de aprender el significado hondo de lo que creemos, las realidades que se encierran tras las líneas del credo; de aprender a saborear, en la contemplación, el misterio de Dios y del hombre y traducirlo en obras de amor. Escuchar viviendo y vivir escuchando. Lo demás son palabras que caen en saco roto; recordemos la parábola del sembrador, donde Jesús nos habla de tantos sitios donde la semilla se pierde y sólo de uno donde la semilla llega a fructificar. Cuando recibimos al otro de verdad, lo sepamos o no, estamos recibiendo al Señor. La fe es hospitalidad, pero la auténtica hospitalidad es también un acto de fe.

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