Bruselas ataca

La mitad de los españoles está bañándose en el mar y la otra mitad espera que le llegue el turno, ya que no todo el mundo puede hacer su agosto. Los barómetros, que como nadie ignora obedecen a sus propias predicciones, han asegurado que atravesamos los días más calurososos del año. Se están juntando, según las latitudes, el calor que fríe, el calor que tuesta y el calor que cuece, pero seguimos cometiendo el mismo error: siempre que decimos ¡qué calor hace! sube un grado la temperatura y si la inútil confidencia va precedida por la interjección ¡uf! y decimos ¡uf, qué calor hace!, la temperatura sube grado y medio. Hay que aguantarse.

Eso es todo. Y esperar que el sol baje. Mientras, Bruselas, que mal que nos pese es nuestro astro rey, lo que quiere bajar a toda costa y tierra adentro son los salarios de los españoles.

El Fondo Monetario Internacional, eldichoso FMI, tiene muy pocas ideas, pero muy fijas. Nos ha recomendado de nuevo que aceptemos una disminución de los sueldos de un 10% para que comprobemos que no solo es posible vivir con menos, sino con casi nada. El vicepresidente de la Comisión Europea, el muy nmombrado estos días señor Olli Rehn, que supongo que ganará un poco menos que el presidente, lo ve clarísimo: hay que bajar salarios para ganar competitividad aunque no ganemos para disgustos. No le hacía falta amenazarnos diciendo que quienes rechacen la oferta «cargarán sobre sus hombros con la enorme responsabilidad» de tener tantos jóvenes parados.

Afortunadamente, hay cosas que pesan menos sobre nuestra conciencia que sobre nuestras espaldas, pero no es agradable que nos echen la culpa a los que trabajamos de que el 26% de la población activa no tenga trabajo.

Bruselas no sólo aprieta, sino que ahoga. Las recetas que sirvieron para Irlanda y Letonia no están en nuestras boticas, donde antes había de todo. Quizá la solución podría estar en canjear políticos. A muchos no nos parecería un trato desfavorable cambiar uno bueno, nacido en cualquier parte, por dos o tres nativos.