Diario de León

Fortaleza: mezcla de fe y esperanza

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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

La oración colecta de este domingo dice así: «Oh Dios, que has preparado bienes inefables para los que te aman...». Así se expresa toda la tensión de nuestra vida. Si el amor de Dios no llena nuestros corazones, la fe no tiene sentido y las normas morales resultan rígidas y vacías. ¿Qué puede significar, entonces, «amándote en todo y sobre todas las cosas»? En el evangelio Jesús se muestra encendido en celo que quema y afirma que va a prender fuego en el mundo. Si no hemos sospechado la existencia de unos «bienes inefables», ¿cómo suspiraremos para «alcanzar tus promesas»? Si nuestro corazón se amolda a la medida de nuestro tesoro y éste no es más que el que se acumula en bolsas (o en cuentas bancarias) y que está al alcance de los ladrones, ¿cómo podrá interesarnos lo que el Señor nos promete y que supera todo deseo? Sin embargo, es lo único que en realidad nos puede satisfacer. San Agustín lo reconocía en sus «Confesiones»: «Nos creaste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Por eso la segunda lectura nos pide fijarnos en quien inició y completa nuestra fe. Jesús es nuestro punto de referencia, aunque no caminamos solos y los demás creyentes, de ayer y de hoy, constituyen la «nube ingente» de testigos que nos acompaña. Jesús está a la derecha del Padre y nuestra fe apunta en esta misma dirección y no descansa hasta llegar allí. La heredad de los hijos es la heredad del Hijo, y el camino de los hijos, el camino del Hijo.

El Evangelio fija el camino del cristiano, que es el de Cristo. El domingo pasado se acentuaba la vigilancia, hoy la fortaleza. Ser cristianos en medio del mundo de hoy no es fácil. Pero no hay que olvidar que la felicidad que buscamos, llega por el camino del esfuerzo por construir un mundo justo y libre, por la fidelidad a las propias convicciones, por el combate contra el mal. Es un camino duro, pero extraordinariamente alentador. La capacidad de resistencia proviene del Espíritu que habita y alienta en nosotros, y además vamos guiados y sostenidos por quienes nos han precedido en el camino de la confianza en Dios. Esto no admite componendas ni medias tintas, sino una purificación constante para asemejar nuestro camino al de Cristo, que consistió en avanzar hacia su propia Pasión. Por eso Él habla de un bautismo en el que debe ser bautizado, que espera con impaciencia y que debe ser también el bautismo de cada uno de nosotros. Seguir a Cristo en su Pasión purificadora significa una opción que suele suponer desgarramiento y contradicción. La venida de Cristo es, por tanto, anuncio de paz, pero también anuncio de tensión. Es la situación paradójica de la Iglesia y de sus miembros. Así sucedió ya con el diácono Esteban: anunciaba la paz de Cristo, pero no pudo evitar la violencia de la división y de la persecución. Por eso el Papa Francisco nos avisó en Río de Janeiro que el cristianismo no es precisamente el arte de la diplomacia ni la ciencia del justo medio religioso.

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