Diario de León
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LUIS DEL VAL
León

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Las armas químicas comenzaron a usarse a finales de la Edad de Piedra, untando con veneno las puntas de las flechas. En China, cuando todavía faltaba medio milenio para que en naciera en Belén Jesucristo, ya empleaban humo de la semilla de la mostaza para atorar los túneles de los enemigos. Pero como todo progresa, fue en la I Guerra Mundial cuando los alemanes utilizaron cloro para combatir a los franceses, con gran éxito, porque lograron una brillante cosecha de casi dos millones de heridos y cerca de 100.000 cadáveres. Ni el protocolo de Ginebra de finales de los años 30 les impidió a los italianos usar armas químicas en Etiopía, ni los alemanes y los aliados se privaron de usar tabun, soma y gas sarín, siendo el preferido por los nazis en los campos de concentración para matar un insecticida muy eficaz denominado zyklon B que lleva cianuro de hidrógenos y hay que reconocer que los seres humanos mueren con la misma rapidez e idéntica falta de dignidad como cuando matas hormigas o cucarachas con un concentrado de DDT.

Tampoco el sátrapa sirio se ha acordado del posterior acuerdo de Ginebra de 1993, donde los barandas del mundo juraron por sus respectivas madres que jamás, jamás, usarían armas químicas. ¡Já! ¿Ha usado el tirano de Siria armas químicas? China y Rusia no quieren que se investigue lo químico para que a su aliado no le estropeen el físico. Y Estados Unidos suspira con alivio, porque ni está el horno para bollos, ni su presidente para meterse en un avispero. Pero Francia —«siempre nos quedará París»— se ha puesto tozuda con la masacre, y les va a complicar la vida a todos los que estaban agradecidos, en el fondo, por la postura de China y Rusia. A mí me suspendieron Física y Química en algún curso del bachillerato. Pero esas convulsiones de las víctimas sirias no son de bala, ni de pedrada. Esos espasmos son una consecuencia de los productos químicos que ordena distribuir el amigo de rusos y chinos, y que lo seguirá haciendo, si Francia no consigue que deje de pasarse los acuerdos internacionales por donde más suda la entrepierna (fenómeno físico, o, más bien, fisiológico).

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