Diario de León

«¿Serán muchos los que se salven?»

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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Esa fue la pregunta que le hicieron a Jesús en el evangelio de este domingo. Algo así como si el interrogador de turno hubiera confundido a Jesús con un testigo de Jehová. Dios -debía pensar aquel hombre- debe tener un número fijo de personas a quienes salvar -como si en el Reino de Dios hubiese plazas limitadas-; ¿será un número suficientemente amplio como para que quepamos nosotros? Esa era la pregunta. Y como estaba mal formulada, Jesús da un rodeo para mostrar, al responder, el mal planteamiento. La salvación, dirá Jesús, no es cuestión de número. «En la casa de mi padre hay muchas moradas; si no, os lo hubiera dicho». Dios no tiene prefijado un «numerus clausus» de salvados, sino que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Si Dios sabe si nos vamos a salvar o a perder, y si Dios no puede en eso equivocarse, ¿qué pintan nuestros esfuerzos, si al fin y al cabo será lo que Dios ya sabe? Esa es, dicha en dos palabras, la cuestión de la predestinación, aparentemente tan difícil de solucionar. Hay que conjugar dos datos un tanto incompatibles, al menos aparentemente: la ciencia de Dios y nuestra libertad. Dios ve nuestro futuro porque para él mil años son como un día y un día como mil años. Y nosotros somos responsables de lo que hacemos, la responsabilidad última y fundamental de nuestra vida que no nos es sustraída. Entonces, ¿cómo es posible ser responsable de algo que debe tener un resultado determinado porque Dios ya lo sabe? Si nuestra libertad es un dato irrenunciable y el saber de Dios es un misterio, las dos cosas pueden ser compatibles, aunque no nos sea fácil comprenderlo. No es cuestión de número, ni es cuestión de que Dios lo sepa o lo deje de saber. Es cuestión de esfuerzo, de «pasar por la puerta estrecha» dice Jesús.

La crisis moral que estamos atravesando tiene raíces profundas. La sociedad actual está haciendo nacer un tipo de «hombre amoral». Esta sociedad de consumo ataca el núcleo moral de la persona, ya que coloca en primer término el valor de las cosas y empobrece el espíritu humano de las personas. Se toman en serio las banalidades y se pierde de vista lo profundo. El hombre se afana por demasiadas cosas y se le escapa el alma. Pero, precisamente en esta sociedad, hay hombres y mujeres que están descubriendo que es necesario entrar por la «puerta estrecha», que no es un moralismo raquítico y sin horizontes, sino un comportamiento lúcido y responsable. La puerta por la que entran los que se esfuerzan por vivir fielmente el amor, los que viven al servicio del hermano y no tras la posesión de las cosas, los que saben vivir con sentido de solidaridad y no desencadenando agresividad y violencia. La vida es demasiado seria y sin vacaciones en lo que a la salvación respecta. Que de la vida -y de Dios- nadie se ríe. Con eso no se juega. Es una llamada de atención, una invitación a la vigilancia y al compromiso.

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