Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Qué ves en la noche, dinos centinela?» Con esa pregunta iniciamos un poema de José Luis Blanco Vega, que ha sido incluido entre los himnos litúrgicos del tiempo pascual. También a nosotros se nos pide creer en la alborada, aunque sea de noche.

Se dice que en este tiempo vivimos sumergidos en el eclipse de Dios. Pero precisamente en esta hora nos adelantamos a la aurora para pedir el auxilio del Señor y recorrer los caminos que él abre ante nosotros. A la hora de imaginar el futuro de la Iglesia, no podemos actuar como profetas de calamidades, sino como humildes pregoneros de la esperanza.

Precisamente por ser un pueblo peregrinante, la Iglesia está llamada a mirar continuamente al futuro. Ahora bien, la esperanza del futuro no se confunde con el optimismo, sino que se apoya en la fuerza y la luz de la fe. Esa esperanza del futuro puede y debe orientar las decisiones del presente.

Durante la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Río de Janeiro, el Papa Francisco evocó el hallazgo de la Virgen de Aparecida y el icono de los discípulos que se retiraban a Emaús. Sobre esas imágenes, describió el Papa la Iglesia que esperamos.

—En medio de un mundo en el que existen demasiados muros, barrancos y distancias, la Iglesia ha de ser en el futuro un instrumento de reconciliación.

—En un mundo dominado por la prisa, y sabiendo que Dios se hace ver poco a poco, la Iglesia debe aprender el ritmo de la espera.

—En un mundo secularizado, que trata de vivir como si Dios no existiera, la Iglesia ha de dar espacio al misterio de Dios y albergarlo en sí misma.

—En un mundo marcado por la altanería y la autosuficiencia, la Iglesia ha de saber que «su fuerza no reside en sí misma, sino que está escondida en las aguas profundas de Dios, en las que ella está llamada a echar las redes».

—En un mundo cruzado por palabras altisonantes, la Iglesia no puede alejarse de la sencillez y ha de reaprender continuamente la gramática de la simplicidad.

—Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de los hombres para encontrarlos en su decepción y desencanto.

—Hace falta una Iglesia dispuesta a ir más allá del mero escuchar, una Iglesia que acompañe en el camino del desencanto y sea capaz de inflamar los corazones.

—Hace falta una Iglesia capaz también de acompañar hoy a los hombres en el retorno a Jerusalén y de devolver la ciudadanía a tantos de sus hijos que caminan como en un éxodo.

—Hace falta una Iglesia que se muestre decidida a redescubrir las entrañas maternas de la misericordia.

—Hace falta una Iglesia que no busque la uniformidad, sino que acoja la diversidad que se armoniza en la unidad.

He ahí una especie de decálogo en el que el Papa Francisco ha resumido el futuro de la Iglesia y la vocación de la Iglesia del futuro. Ahora bien, esos deseos que alimentamos en el corazón han de hacerse visibles en el compromiso presente de todos los cristianos.

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