EL ABANICO
Castigar al débil
Aveces pienso si cuando los políticos toman medidas que afectan sobre todo a las clases más desfavorecidas, son capaces de ponerse a pensar en las terribles consecuencias que van a tener algunas de esas leyes, si son capaces de poner cara a la enfermedad, a los estragos del paro, a la educación, a la sanidad, a los desahucios, a la Ley de Dependencia, o simplemente se limitan a hacer números, a que estos les cuadren las cuentas, y que caiga quién caiga. Sólo bajo esa indiferencia se puede entender la política llevada a cabo por el actual gobierno del PP de castigar sin piedad a los que menos tienen, que son los más débiles de una sociedad que contempla con estupor esa desafección de los gobernantes por una clase social que les dio sus votos pensando que mejorarían las cifras del paro, el futuro de sus pensiones, el acceso a la enseñanza o la sanidad.
Promesas y más promesas que no solo no han cumplido sino que aún a sabiendas de que no podrían cumplirlas mintieron para obtener un buen rédito electoral, lo que les permite ahora gobernar con mano dura, y sin tener en cuenta la opinión de los ciudadanos cuando estos reclaman su derecho a ser escuchados y tenidos en cuenta. Oír a la señora Mato hablar de los millones de euros que ha ahorrado su ministerio gracias al copago sanitario me revuelve las tripas. Es duro comprobar que nadie del gobierno ha levantado la voz en contra de una medida tan polémica como discriminatoria. Por eso, invito a Ana Mato, a Soraya Sáinz de Santamaría, o a la propia Dolores de Cospedal, a que pierdan unas horas de sueño profundo y escuchen el programa de radio donde esa mayoría silenciosa de la que tanto les gusta hablar expone cada noche sus angustias, sus penas, su miedo a morir, sus dificultades para sobrevivir con 400 euros, para salir adelante con la pensión del abuelo. Estoy segura que si escuchasen a la gente su percepción de la crisis cambiaría, y se lo pensarían muy mucho antes de tomar unas medidas que están empobreciendo al país a marchas forzadas. No a las clases dirigentes, ni a los grandes empresarios, pero sí a los más débiles.