Diario de León
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León

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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

El evangelio de este domingo plantea una cuestión de gran importancia. Los apóstoles van comprendiendo las exigencias que exigen el seguimiento de Jesús y su adhesión a Él, tal como se nos decía en domingos anteriores. Reconocen que tienen fe, pero al mismo tiempo saben comprender que es insuficiente y que esta fe es un don. Por eso piden: «Auméntanos la fe». Pero Jesús no les dice: «He ahí que aumento vuestra fe», sino que les explica en qué consiste la fe y qué cualidades debe tener. Lo esencial no es su cantidad, sino su calidad: si se tiene fe «como un grano de mostaza» («la más pequeña de todas las semillas») pueden hacerse cosas grandes (he aquí el sentido de la morera que se arranca y se planta en el mar, donde no crecen árboles). Y eso porque la fe es sobre todo participación en la vida y en la fuerza de Dios: ésta es la cualidad de la fe que hay que revitalizar.

La parábola que sigue insiste en el tema de la fe. Nos habla de un agricultor no muy rico que tiene un solo esclavo que debe hacerle los trabajos del campo, de la casa y cuidar del ganado; cuando regresa del campo —por más cansado que esté— todavía tiene que preparar la cena y servir al amo; y a nadie se le ocurriría decirle que se siente a la mesa antes que el amo ni darle las gracias o recompensarle: pertenece a su oficio y sencillamente cumple con su deber. Esta relación del amo con el esclavo únicamente quiere hacernos comprender por qué camino deben ir las relaciones del hombre con Dios. Ante Dios nadie tiene derecho a exigir nada; todo el esfuerzo, el trabajo y las buenas obras del hombre no pueden justificar la autosuficiencia ni la exigencia de recompensa de parte de Dios. El hombre se encuentra en total dependencia de Dios, como el esclavo de su amo. Pero téngase presente que aquí no se habla de quién es Dios, sino de la situación en que está cada hombre ante Él.

El camino para llegar a la fe no es nada fácil. Es curioso que consista más en «dejarse atrapar» que en salir de caza. Buscar a Dios es dejar que Él nos encuentre. Y todo sin sentirnos piezas importantes y codiciables. Todo por puro amor de Alguien que no acertamos a descubrir por qué nos ama. No le hacemos falta, pero nos busca incansablemente como si nos necesitara ¿Cómo explicar esto? Jesús lo hace por el sistema que tiene más a mano.

Ser esclavo es no ser ni sentirse nada y, al mismo tiempo, ser alguien buscado y amado por Dios Padre. Ésa es la actitud. No sabemos si los discípulos entendieron o quedaron todavía sumergidos en el desconcierto y, con ellos, nosotros los discípulos de hoy. Lo que acaso comprendieron fue la sustancia: en un mundo de soberbias, si se quiere el encuentro con Dios se hace necesaria la humildad.

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