Diario de León

Biggs, el eterno fugitivo

El legendario atracador del tren correo de Glasgow muere con 84 años y sin haberse arrepentido jamás del gran golpe del siglo XX .

El ‘ladrón del siglo’, Biggs. A la derecha, objetos utilizados en el robo y el botín.

El ‘ladrón del siglo’, Biggs. A la derecha, objetos utilizados en el robo y el botín.

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miguel lorenci | (colpisa) madrid

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Se doctoró cum laude en ‘atracología’ con un golpe que le abrió las puertas de la historia y le consagró como el ladrón del siglo XX. Ronald Biggs, Ronnie para sus compinches y los sabuesos de Scotland Yard, legendario atracador de tren correo de Glasgow, dio ayer su definitivo salto a la eternidad sin asomo de arrepentimiento. Con 84 años dejó de latir el corazón siempre acelerado de un vividor que esquivó la cárcel durante décadas y se pasó por el forro varios sistemas judiciales. Fue el espejo de ‘El Dioni’ y tantos y tanto asaltantes de un futuro de ensueño que viaja en furgón blindado y cuya última parada está casi siempre entre rejas.

Sus huidas le dieron tanta o más fama que su audaz golpe, hará en agosto medio siglo. Biggs se inició muy joven en la universidad del hampa y dio la campanada en 1963. Con 34 cumplidos daba un ‘palo’ de de 2,6 millones de libras, un fortunón que hoy rondaría los 50 millones de euros cuya parte exprimió hasta cumplir los setenta.

Ronald Arthur Biggs, nacido en Londres el 8 de agosto de 1929, fue expulsado de la Real Fuerza Aérea de su Graciosa Majestad en 1949 por robar en una farmacia. Un mes más tarde ascendía otro escalón al robar un coche. Padre de tres hijos antes de cumplir los treinta y carpintero de oficio, pidió dinero para salir de apuros a Bruce Reynolds, compañero de celda que lo reclutó para el más famoso asalto ferroviario del siglo XX. «Pedí 24 horas para pensarlo, pero supongo que sólo necesité 20 segundos», contó el propio Biggs, uno de los 15 cacos que asaltaron el tren postal en la madrugada del 8 de agosto de 1963 tras manipular las señales de las vías para detener los vagones.

Todos estaban entre rejas tres semanas después. Biggs fue condenado a 30 años, pero forjó su leyenda huyendo de la cárcel de Wandsworth en la que pasó poco más de un año. Trepó los muros de la prisión con la ayuda de una escala de cuerdas. Su parte del botín estaba a buen recaudo y pudo huir a París, pagarse una cirugía facial y la documentación falsa que le permitió viajar a Australia, donde pasó cuatro plácidos años con su mujer y sus hijos.

Interpol le pisaba los talones, así que cruzo el Pacífico y se instaló en Brasil bajo identidad falsa. Jack Slipper, superintendente de Scotland Yard, logró desenmascararlo en 1974. Pero no encarcelarlo.

Sagaz

Se libró de la extradición al revelar que Raimunda, su novia brasileña, esperaba un hijo. Michael, que así se llamó la criatura, trajo algo mucho mejor que un pan bajo el brazo y Biggs se mantuvo en Río de Janeiro desafiando a Interpol. En 1981 una rocambolesca operación dio con sus huesos en una cárcel de Barbados, pero otra triquiñuela legal lo dejó libre y pudo pasar en Brasil otra década. Sería él quien cansado, enfermo y arruinado decidiera volver al Reino Unido en 2001. Pasó unos añitos a la sombra hasta que se autorizó su excarcelación en 2009 por razones humanitarias. Víctima de un ictus que lo dejó sin habla y en silla de ruedas, murió ayer en un asilo.

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