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Gente de aquí | Amistad y complicidad

Confidencias de un sereno

Manuel Amago, que cuenta con 85 años, recuerda con especial cariño al que luego sería el primer presidente de la democracia, Adolfo Suárez.

Manuel Amago fue el último sereno de Madrid.

Manuel Amago fue el último sereno de Madrid.

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Gracias a su trabajo, conoció a Adolfo Suárez e hizo amistad con famosos como el humorista Manuel Summers. Ahora, a sus 85 años, el último sereno de Madrid lamenta la desaparición de una profesión que ejerció durante más de medio siglo y con la que se convirtió en confidente y héroe de muchos vecinos.

A pesar de su edad, Manuel Amago conserva una memoria excelente, hasta el punto de recordar el número de los portales y los pisos en los que vivían algunos de los personajes ilustres con los que se encontraba en sus rondas nocturnas, entre los que había generales, marqueses y escritores.

De todas las personas con las que coincidió en su trabajo recuerda con especial cariño a un joven que conoció en la década de 1950, cuando ejercía como secretario del político Fernando Herrero Tejedor, y que años después se convertiría en el primer presidente de la democracia española, Adolfo Suárez.

«Era muy buena persona», comenta sobre el expresidente del Gobierno, que se encargaba de recoger a primera hora de la mañana a los hijos de Tejedor para llevarlos al colegio.

Del humorista Manuel Summers, que también ejerció como actor y director de cine, destaca su «simpatía». «Me decía que se levantaba de la cama, iba al servicio y se inventaba tres chistes», relata con una sonrisa.

Manuel heredó la plaza de sereno de su padre en 1950, cuando tenía 22 años y acababa de llegar a Madrid después de hacer el servicio militar en Salamanca.

Asegura que no le costó adaptarse a su nuevo cargo e incluso se entretenía «mucho» en las conversaciones que mantenía en el portal con los vecinos, con algunos de los cuales llegó a entablar amistad e incluso ejerció de cómplice al ocultar sus escarceos amorosos, aunque reconoce que trabajar de noche tenía alguna desventaja. «Era duro por el frío, en 1951 cayeron once nevadas y murió mucha gente en Madrid», señala, volviendo a hacer uso de su buena memoria, que le hace recordar el dinero que ganó en su primer día de trabajo: 32 pesetas, «mucho para la época».

Ataviado con el guardapolvo, la gorra, la pistola y el palo que conformaban el uniforme de sereno y que aún conserva en casa de recuerdo, junto con las llaves de algunos edificios, Manuel recorría la calle atento al sonido de las palmas con las que los vecinos le indicaban su llegada para que les abriera el portal.

A pesar de que de madrugada era habitual encontrarse con borrachos y peleas en la calle, Manuel dice que no sentía ningún miedo ya que los serenos estaban «para todo lo que pudiera ocurrir», hasta el punto de trasladar a presuntos delincuentes a la comisaría de Policía e intervenir en la solución de hurtos y robos callejeros.

«Si nos veíamos apurados, tocábamos el silbato y acudían los compañeros más cercanos», explica.

Este asturiano, que presume de ser el último sereno de la capital, ejerció como tal hasta hace tres años.

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