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León

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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

El día 2 de febrero celebramos la fiesta de Presentación de Jesús en el Templo y la Purificacion de María. José y María se acercan al Templo y, de acuerdo con la Ley de Moisés, ofrecen el Niño a Dios, «rescatándolo» inmediatamente por medio de una ofrenda ritual. Estos misterios de nuestra fe han dado motivo más que suficiente para dedicar este día a la vida consagrada. Pero muchos se preguntan qué quiere significar ese título.

Es cierto que todos los bautizados hemos recibido una cierta consagración a la Trinidad Santa de Dios. Hemos sido consagrados como miembros del Cuerpo de Cristo, sacerdote, profeta y rey. Esa consagración nos otorga el don de la fe y nos confía la tarea de anunciarla con amor y alegría, con esperanza y con humilde osadía.

Además, existe en la Iglesia un ámplio número de hombres y mujeres que han sido llamados a vivir la consagración bautismal de un modo más radical, en una vida especialmente consagrada al Señor y al servicio del Evangelio.

El Código de Derecho Canónico reúne una serie de notas que caracterizan la vida consagrada. Por tratar de resumirlas, se podría decir que se trata de una vocación, nacida del Espíritu Santo, para consagrarse totalmente a Dios, para seguir a Jesucristo en la Iglesia, adoptando libremente y radicalmente los valores evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, para vivir en la caridad el servicio al Reino de Dios y para anunciar con la propia vida la esperanza de la vida eterna.

Todos los cristianos conocen a personas consagradas en las diversas formas que reconoce la Iglesia y que menciona el Concilio Vaticano II. Si los cristianos no conocen estos modos de vida, habrá que hacer lo posible para que se produzca este encuentro y ese conocimiento.

La separación y la ignoracia mutua no beneficia a la Iglesia ni a la mision evangelizadora que le ha sido confiada. Todos los bautizados pueden ver enriquecida su vida de fe, esperanza y caridad por medio del conocimiento de la vida consagrada y por la participación en su misión de oración y de servicio.

Y todas las personas que, de un modo u otro, llevan una vida de especial consagración a Dios, en el seno de la Iglesia, han de acercarse al Pueblo de Dios. Han de ser conscientes de los dones y carismas que el Espíritu de Dios derrama sobre los bautizados que viven en medio del mundo y dan testimonio de la novedad de vida que el bautismo comporta.

La Jornada dedicada a la vida consagrada puede ayudar a las personas consagradas a dar gracias a Dios por su vocación y examinar hasta qué punto viven la «alegría del Evangelio», a la que se refiere el Papa Francisco en su reciente exhortación apostólica.

Pero esta Jornada puede ayudar a todos los cristianos a unir su oración a los consagrados y a las consagradas. Pedimos que la luz de la fe alumbre a todos los que miran a la Iglesia y a sus hijos, esperando de ellos un signo de esperanza y el compromiso del amor.

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