Diario de León

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Sostenella y no enmendalla», ése parece ser el muy español lema escogido por Artur Mas dando idea de hasta dónde puede llevar la arrogancia o la ceguera en el mundo de la política. Los filósofos de la Antigua Grecia alertaban acerca de la «hybris», de la desmesura que torna ciegos a quienes caminan hacia la perdición. El presidente de la Generalitat manda hoy al Congreso a tres comisionados (Turull, Rovira, Herrera) para defender una propuesta que sabe contraria a lo dispuesto por la Constitución.

Podría haber tenido un gesto de coraje acudiendo él mismo a defender su desafío al Estado de derecho —como el lendakari Juan José Ibarretxe—, pero no se atreve. Dice que no quiere volver con el rabo entre las piernas, pero, en realidad puede que solo sea miedo escénico. Pese a verse a sí mismo como Moisés —su cartel electoral a lo Charlton Heston en Los Diez Mandamientos fue revelador—, no se atreve a presentar ante el Parlamento el memorial de presuntos agravios que justificarían quebrar una historia de convivencia que hunde sus raíces en los últimos cinco siglos de la Historia de España. Curándose del fracaso, tiene dicho que pese a la presumible negativa de la mayoría del Congreso seguirá adelante con su proyecto de ruptura. No es lo mismo anunciar que está dispuesto a incumplir la ley que hacerlo, pero es obvio que el Gobierno de España debe tomar nota.

Tomar nota para impedirlo en el caso de que Mas decidiera proclamar unilateralmente la independencia de Cataluña. Impedirlo poniendo en marcha todas aquellas disposiciones previstas en las leyes. Es lamentable que se le haya dejado llegar tan lejos. Pero a grandes males, grandes remedios.

Las ambiciones políticas del personaje ponen en riesgo la convivencia entre los ciudadanos que viven en Cataluña. Y desestabiliza al conjunto de la Nación. Artur Mas debería leer a Salvador Espriu. Y meditar el sentido último de La pell de brau. A veces es necesario y forzoso que un hombre reconozca que se ha equivocado pero nunca que todo un pueblo sea arrastrado a seguir una senda equivocada. En este caso, senda de perdición.

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