Los mares y el amor
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
Levantad la voz, no el nivel de los mares». Suena bien este lema, elegido para el Día Mundial del Medio Ambiente de este año 2014. Con esa exhortación, las Naciones Unidas intentan despertar las conciencias sobre el calentamiento de los casquetes polares, su consiguiente deshielo y la subida del nivel de los océanos.
La cuestión es bastante discutida. Para unos el deshielo del Océano Ártico facilitaría la navegación por el norte de Europa. Para otros, el deshielo terminaría por cubrir algunas islas y varias ciudades que hoy se elevan a la orilla de los mares. Todos aducen complicados cálculos económicos en un sentido y en otro.
De todas formas, hay que aplaudir el establecimiento de una jornada anual de reflexión sobre la dignidad del medio ambiente y el respeto que se merece la naturaleza.
En su encíclica «La caridad en la verdad», el Papa Benedicto XVI escribía que el ambiente natural « es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad».
Hace unos años se acusó a la fe judeo-cristiana de promover indirectamente el deterioro del planeta. Es una acusación falsa. El Papa Ratzinger afirma que «el creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma».
Por eso puede añadir que «si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios» (CV 48).
También el Papa Francisco, en su exhortación «La alegría del Evangelio», ha escrito que «el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad» (EG 190). Por eso hay que tutelar la fragilidad del conjunto de la creación: «Los seres humanos no somos meros beneficiarios, sino custodios de las demás criaturas» (EG 215).
Muchos nos preguntamos qué podemos hacer para evitar la subida de las aguas de los mares. Pero todos podemos colaborar para mantener más limpias todas las aguas. Y todos podremos levantar la voz para que los gobernantes del mundo promulguen leyes justas que ayuden a preservar el tesoro del ambiente.
Ante la próxima beatificación del Papa Pablo VI, volvemos a leer el escrito en que nos reveló su «Pensamiento ante la muerte». En él manifestaba su estupor ante «este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de las mil fuerzas, de las mil leyes, de las mil bellezas y las mil profundidades». Y se lamentaba de no haber admirado más este cuadro, ante
el que expresaba su admiración y su gratitud.
También nosotros, como él, hemos de confesar que «tras la vida, la naturaleza y el universo, está la Sabiduría y… está el Amor».