Carta sin sello
Querido Emperador:
Disculpe mi atrevimiento. Soy aquel espectador que cuando Frodo partió hacia los Puertos Grises permaneció compungido en la butaca, hasta mucho después de que la pantalla hubiese quedado en blanco. ¿Me recuerda? Le escribo para darle ánimos, pues ya le habrán informado de que nadie ofreció los 3,7 millones que Economía pide por su edificio. Lo siento mucho. Si llega a ser por un puñado de dólares yo mismo lo hubiese comprado para regalárselo a mi mujer con un lazo, pues lo nuestro comenzó conversando sobre Las amistades peligrosas , estrenada en su sala. Podría decirse que usted nos presentó, de ahí que cuando la enfado clame: «¡Si lo llego a saber voy al Trianón, que ponían La novia de Fu Manchú! ».
Por su gran pantalla pasaron los Marx, Brando, Hepburn, Gassman, McQueen... ¿no podrían comprarlo ellos en cooperativa? Llámelos, total, por probar. Ah, el dinero. Cuando entrevisté en su camerino a Gracita Morales me dijo que de no haber sido actriz habría deseado ser pastorcita. Y usted, viejo amigo, ¿a qué hubiese querido dedicarse de no ser el Emperador? Cuídese y gracias por los sueños.
Siempre nos quedará París