EL PAISANAJE
Recambios
Ya está hecho y a ver si se acaba la tabarra republicana. Felipe VI reina, pero no gobierna, como corresponde a un rey constitucional, oficio que debe de ser muy aburrido, según dijo no me acuerdo qué colega inglés suyo de hace un par de siglos una vez que le preguntaron si le iba bien. Aquella británica majestad se encogió de hombros. «Comparado con mis augustos abuelos yo no puedo nombrar primeros ministros, quitarlos o disolver parlamentos como me dé la real gana. Lo único que me dejan hacer es llevar el uniforme limpio y procurar que no me caiga del caballo en los desfiles». Tiempos modernos.
Personalmente uno le desea larga vida y reinado a Felipe, porque interesa un monarca que sepa lo que su señor padre, o sea nada. Es la forma de que la más alta magistratura de la nación no cause estropicios abajo. Para eso ya están los presidentes de gobierno, acuérdese usted de Zapatero y espere a ver qué da de sí Mariano. Con estos todavía podemos cada cuatro años en las urnas. Lo malo es si repiten porque entonces somos nosotros los que no nos caemos del caballo como San Pablo camino de Damasco. Coño con la alianza de civilizaciones en Siria e Irak, por ejemplo, y eso que son los mismos.
La familia real española es una más y por eso la gente se identifica con ella. Todos tenemos en la nuestra un divorcieta y un parado, doña Letizia y ahora don Juan Carlos, respectivamente, y sólo les falta un gay, que entre borbones sería un mirlo blanco. Las malas lenguas hablan y no paran del duque de Marichalar, que quizá hiciera honor al título por infames infundios de cama con otro hombre, se rumorea que de León, aunque no doy pábulo a estas mariconadas, con perdón, porque el padre es un amigo mío que no ha tenido suerte con los yernos, ya fueran moros o cristianos viejos. Él disculpa a su chico y dice que es un putero. Todo es posible y vale como coartada.
En cuanto a los republicanos leoneses no puedo decir lo mismo que Churchill una vez que le preguntaron qué opinaba de los franceses. «No los conozco a todos», contestó el del puro. Respecto al ejército republicano francés era más preciso y elogioso: «Siempre está preparado para ganarnos la última guerra». Fue también lo que me dijo a mí en la mili un capitán con fajín de estado mayor cuando me vio bajo de moral con la escoba. «Chaval, lo tuyo es el arte de no hacer nada lo más rápidamente posible y el de nosotros explicar por qué se perdió la batalla».
A lo que iba, los republicanos leoneses no pasan de trescientos, según se ve en las fotos de las manifas, mientras que las casas monárquicas somos miles por solidaridad con la familia real. Todas iguales menos la mía, donde se perdona cualquier desliz de cama menos el matrimonio homosexual. En esto quizá tenga yo raíces borbónicas, vaya a saber, con todo lo que esa dinastía ha dejado sembrado por ahí. Ahora que está de moda quizá me encargue un escudo heráldico con la flor de lis o, en su defecto, el trébol de cuatro hojas, a ver si tengo la suerte de doña Letizia.
Y venía diciendo que conozco a todos los republicanos de León porque no pasan de trescientos los que van a las manifas antimonárquicas. Se les va a desteñir el morado de la bandera con tanto sacarla a diario y ya les he dicho a los fotógrafos de este periodiquín que con una instantánea al año sobra, dado que se trata siempre de los mismos. Se garantiza el parecido, que es el objetivo de todo retratista. Son los votos de IU, ni más ni menos.
Hay uno en particular que nunca falla. Se trata de un funcionario de San Andrés del Rabanedo —todos los comunistas son de vocación funcionarios— que plancha la bandera tricolor antes de tomar la calle. Debe de echar humo el electrodoméstico. Cuando la guerra de Irak de Sadam contra los americanos, la buena, su mujer se ofreció voluntaria de escudo humano en Bagdad y se la contrató de colaboradora corresponsal para éstas páginas, un lujo. Pero sólo mandaba soflamas incendiarias antibush y le dijeron que se limitara a los hechos: «¿Pero llegan los americanos o no?». Para comunista puede que sí pero como periodista no valía, tal que suele pasarles a todos los de cabeza cuadrada. No sé de qué se quejan ahora contra el rey, si ellos van a seguir cobrando un sueldo público.
Venga, en fin, don Felipe a darnos otros cuarenta años de holganza, tal que su señor padre.
Como la suya y la de mi conocido republicano y que así sea.