Querido papa Francisco:

Los españoles hemos ido durante siglos de la oreja a misa y ahora, aunque no sólo por ello, abundan ateos, agnósticos y bostezantes. Somos paradójicos, ¡tenemos un revolucionario apellidado Iglesias! Rugimos, pero sin morder. Por cierto, en la obra cumbre de nuestra literatura no se dice «con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho», como solemos citar con retintín anticlerical, sino «con la iglesia hemos dado, Sancho». Lógico, pues arribaban a ella. Nos redime nuestro corazón colectivo, el alma compartida. En España tenemos hasta creyentes que ignoran serlo, como aquel francés que descubrió que hablaba en prosa.

A su solideo podrá llevárselo el viento, nunca a sus palabras. «El corrupto no tiene amigos sino cómplices», ha dicho. Cierto. Por ello, el poder mal empleado es un ático vacío. Si finalmente visita Ávila, pásese también por León. Abusamos del picante, aunque no del pecaminoso sino del que es sólo falta leve. Y hay un restaurante llamado «El infierno», pero se come con tenedor no con tridente. Santidad, gracias por liderar el regreso a lo esencial.

Amor, humor y milagro