Contra pereza, diligencia
Cada día su afán José-Román Flecha Andrés
En el refranero español se atribuye con frecuencia a la pereza la causa de la deshonra: «Tumbada está la pereza y ni a palos se endereza». «La pereza nunca hizo nobleza». «Pereza no es pobreza; pero por ahí empieza». Hay muchos refranes que contienen duras ironías contra el perezoso: «Al hombre tumbado no lo derriba nadie». «Cuando duermo me canso, ¿Qué será cuando ando?».
La experiencia popular avala la sabiduría bíblica: «A una piedra sucia se parece el perezoso, todo el mundo silba sobre su deshonra. Bola de excrementos es el perezoso; que todo el que la toca se sacude la mano» (Sir 22, 1-2).
En realidad, nadie es perezoso para todo. Nuestra inercia es sectorial y revela la jerarquía de valores que orienta nuestra vida. Nuestra pereza para cumplir nuestra misión revela el poco interés que nos merece. La vocación a la fe exige disponibilidad y diligencia. La mayor parte de las cosas no suceden nunca, porque nadie se decide a realizarlas. El Señor pide a los evangelizadores que sean diligentes para anunciar el mensaje (cf. Lc 10,4).
San Juan de Ávila dice que los Magos fueron a Jerusalén no sólo para consultar a los sabios, sino «para nos mostrar la dureza y pereza de aquel pueblo que no se menearon con tales nuevas a llegar a Betlem».
Refiriéndose a los llamados por el Señor para trabajar en su viña (Mt 20,8), afirma que «el mayor trabajo que le puede venir a un cristiano es no trabajar, y el mayor sinsabor y descontento, el mayor tormento y fatiga que puede tener es éste».
Pero sabe él que Dios nos socorre en nuestra debilidad: «Muchas veces tenemos una pereza, una mala gana de hacer una buena obra, y cuando la comenzamos envíanos Dios devoción y buenos propósitos; y por eso ninguno, aunque tibio se sienta, aunque pesado, deje de hacer buenas obras, porque es Dios tan misericordioso, que quien a Él se llega no le deja frío ni hambriento».
Hoy son muchos los que trabajan demasiado para conseguir dinero. Otros, por desgracia no consiguen un trabajo digno. Al mismo tiempo, nuestra sociedad ha descubierto el valor del ocio. Muchos lo convierten en fuente de «negocio». Sería bueno que se entendiera al modo de los clásicos, como una ocasión para la cultura, la reflexión y el diálogo más humano.
Sin embargo, en muchos ambientes el ocio se ha convertido en un fin en sí mismo. Son muchos los que procuran trabajar lo menos posible. En muchos departamentos públicos se envía a las personas de un lugar a otro, o por ineptitud o por pereza de los empleados.
Para el creyente, la pereza y la acedia revelan la pobreza de la fe, la esperanza y la caridad. En su exhortación «La alegría del Evangelio», el papa Francisco ha escrito que «algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante» (n. 81). La vocación cristiana nos exige aceptar el Reino de Dios y anunciarlo con diligencia.