Diario de León
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Liturgia dominical

JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES

Dios quiere que todos los hombres se salven. Él está presente en nuestro día a día y nunca nos deja abandonados. Salva siempre. Toda la historia del Antiguo Testamento (primeros padres, patriarcas, profetas...) es una verdadera «historia de salvación», que tiene su término y cumbre en Jesucristo. En ella todo es don y gracia, y, por eso, se puede vivir con alegría y esperanza. Esta es la lección de la parábola de este domingo.

Ahora bien, la salvación -gratuita por parte de Dios- no se realiza sin la cooperación humana. La llamada divina pide una respuesta. El hombre se convierte en actor de la salvación cuando acepta, por así decirlo, el «contrato de trabajo». El deseo de trabajar por el Reino es un ingrediente de la parábola, pero Pedro plantea la cuestión de la paga: Y nosotros que lo dejamos todo, ¿qué recibiremos a cambio? Jesús lo tranquiliza. Promete una especie de corona final («...Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel»), pero incluye un cierto reproche: ¿Tenéis miedo a que sea tacaño, a perder en el «cambio»? Ser llamados al servicio de Cristo es una gracia. La recompensa está ya en el hecho de trabajar en la viña-Reino del Señor. En las relaciones con Dios es necesario «fiarse», evitar el comerciar.

En las relaciones comerciales terrenas cuenta el propio trabajo; en una correcta relación religiosa, la primacía la tiene la acción gratuita de Dios en favor nuestro. La religión consiste en lo que Dios hace por nosotros. El verdadero obrero creyente es el que se desinteresa del salario y encuentra la alegría en poder trabajar por el Reino. Por eso hemos de preguntarnos si somos capaces de aceptar la bondad del Señor sin refunfuñar, cuando perdona, es paciente y olvida las ofensas.

En la parábola el amo es Dios, pero no quiere relacionarse con nosotros como un señor terreno con sus jornaleros, con unas relaciones de simple justicia. La relación debe estar fundada en el amor y en la gracia. Por eso regala por encima de nuestros méritos y da a cada uno lo que necesita y más. La fe al estilo fariseo proyecta las relaciones mercantiles humanas al ámbito de las relaciones con Dios: en una especie de capitalismo espiritual los que cuentan son los méritos que acaban sirviendo para pasarle a Dios la factura. Con estos criterios no se comprenderá la bondad de Dios que nos sorprende siempre con una gratuidad amorosa e ilimitada.

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