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Publicado por
ANTONIO NÚÑEZ
León

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Y a avisó sir Winston Churchill de que en política hay «enemigos, enemigos íntimos y compañeros de partido». Y en el PP de aquí, como andan con mayorías absolutas, tienen que matarse entre ellos. Gallardón, el exministro de Gracia y Justicia, ha sido la primera baja de Rajoy por mor de una ley del aborto que le abortaron antes de parirla. Un tal Arriola, el Rasputín de la calle Génova, dijo que le complicaba las encuestas al partido. Así que, igual que las abuelas de mi quinta con las nietas descarriadas, mandó que la frotaran con el perejil en salva sea la parte, que debe de picar mucho. Otras más conservadoras, como Esperanza Aguirre, dirían que haberlo pensado antes y que ajo y agua. O sea, respete usted el programa electoral.

Conste que a mí no me gustan Alberto ni Mariano. El primero es un pepijo desde pequeño y el segundo otro rapaz criado en el aparato del partido desde que empezó de vicepresidente de la diputación de Pontevedra, subiendo luego la escalera a la gallega hasta donde usted ya lo ve. Incluso para un gallego es correr mucho mundo. Y no quiere sombra. Osea, que se la hagan.

Me gustaba uno del PP bajo, con bigotillo, que ponía los pies encima de la mesa con el gringo Bush y tiene una mujer de apellido que nos prenda a todos los que no somos abstemios, aunque nunca supimos qué pintaba Ana de alcaldesa de Madrid. Tinto y en Botella. En esto Aznar quedó como un calzonazos después de la guerra del Golfo, si bien ya se sabe que en casa mandan las mujeres. En la mía, por ejemplo, mando yo, pero se hace lo que diga ella.

Volviendo al aborto de Gallardón, a servidor le importa un pito. Lamenta, no obstante, que haya sido capado —yo no, él— por cumplir una promesa electoral, que era barrer la ley de Zapatero, aquella de interrupción del embarazo hasta para los machos. Dice Mariano que basta con retocar lo del permiso paterno para niñas menores de dieciséis años. Hombre, podría valer, pero son una gota en comparación con el total. Recuerdo cierto reportajillo sobre el tema y sus alcances en la provincia de León, en el que escribí estadísticas al respecto: la inmensa mayoría de las mujeres que abortaban estaba en la horquilla de entre los veintitantos y los treinta y tantos años, muchas de ellas repetidoras y para las que aquello era un método anticonceptivo más. Bien es verdad que cuando fui a la clínica abortista había esperando un padre cabizbajo con su hija quinceañera. El único que yo vi.

Le tengo un gran respeto a la vida entre animales de dos y cuatro patas. Los de más no. Cierta vez que mi perra Loska quedó preñada y parió ocho cachorrines de pastor alemán los mantuve vivos a todos en contra de la opinión de un listillo medio feminista, otra explicación no cabe, según el cual debía matar a cuatro y quedarme con la otra mitad de la camada para que no agotaran a la perra. Igual creía que era funcionaria. Pero me mantuve firme y los fui colocando entre vecinos, amigos, coleguis de este mismo periódico (dos, Asun y Juan Carlos) y hasta en la Guardia Civil de Armunia. Me faltó meter a alguno en el Ayuntamiento o en la Diputación, pero todos salieron adelante. El veterinario me dio una papilla. «¿Para las crías?», dije yo. «No, para que dé más leche la perra».

Aquel feliz alumbramiento fue una madrugada de hace muchos agostos y yo me senté en el patio cuando vi que lamía inquieta la caseta. «Aquí pasa algo», cavilé y, efectivamente, los cachorrillos fueron naciendo de uno en uno. Al quinto o así y con el vaso en la mano —¿A usted qué le importa de qué?— me fui a la cama. Al día siguiente estaban todos los perricos.

Esta es mi opinión sobre el aborto y, si no les gusta a las feministas, que se jodan. Las que sean capaces. Ahora tengo otro perrín cocker, de nombre Duke, nada que ver con el derecho de pernada, que cada vez que huele a una hembra se le empina envidiablemente lo que usted ya sabe y eso que es viejín. Me ha dicho Paco, el veterinario de Vilecha, que lo cuide porque me inspira. No será en todos los sentidos.

Mariano ha barrido a Alberto por estas chorradas abortistas mientras en Cataluña cuece a tope la olla podrida del nacionalismo, donde también tienen un «gos d’atura», nada que ver con el mastín lobero de aquí. Como se dice en lleunés «con un carea lo escorrentábamos».

Por los montes de la derecha sólo quedan sorayos y sorayas.