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Publicado por
Luis del Val
León

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Los descubrimientos individuales se producen a cualquier edad, y siempre van acompañados de una sensación de sorpresa, acompañada de la alegría o la impotencia, según los casos. Descubrí el foie en Francia, a los veinte años, tras un educado rechazo que mi anfitrión neutralizó, tras convencerme. Yo venía del foiegrass y del morteruelo, y descubrir aquella sustancia delicada, que tenía un lejano parecido con la brutalidad de lo probado hasta entonces, fue un feliz encuentro.

El último hallazgo ha sido saber de la existencia de los consejos consultivos, organizaciones nombradas por la autoridad política, y que en tiempos de recortes han sobrevivido, me imagino que debido a su papel fundamental: quién sabe qué sería de las autonomías sin los consejos consultivos.

Que algo tan básico haya pasado inadvertido, resulta raro, pero yo lo achaco a la prudencia y modestia de sus miembros. En los últimos treinta años —y acudo a muchos actos, y como con mucha gente— nadie me ha dado una tarjeta en la que se pudiera leer «Fulanito de Tal. Consultor autonómico/a». Ni hombre, ni mujer, ni joven, ni viejo.

Esta circunstancia es coherente con los miembros del Centro Nacional de Inteligencia, o con los servicios de información interna de las fuerzas armadas, pero se me antoja desmesurado para una actividad pública, que se envuelve en el misterio como si fuera una organización clandestina. Es desolador que los grandes servicios, los plausibles éxitos, los esforzados trabajos de los consultores autonómicos no merezcan un telediario, una entrevista en la prensa, un espacio en la radio regional.

En una época de transparencia, que ha llegado hasta la descortesía de conocer la partida de la Casa Real destinada a zumos de naranja o lo que se gasta en vestuario la Reina, que no se sepa cuántos consultores existen por autonomía, cuánto cobran, y cuál es su cometido parece un disparate. Y mantener el misterio sería alimentar esa sospechosa popular de que ahí está otro nido de enchufados, vagos subvencionados, que viven de nuestros impuestos, aunque no tengan tarjeta.