Diario de León
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Cada día su afán José-Román Flecha Andrés

Son trece páginas manuscritas con una caligrafía uniforme, apenas corregidas por una docena de palabras introducidas entre líneas. Así se presenta el texto del «Pensiero alla morte», el impresionante «Pensamiento ante la muerte» que nos legó el Beato Pablo VI. He aquí siete de sus ideas fundamentales.

• El Papa se hace unas preguntas muy personales: «¿Yo quien soy? ¿Qué es lo que queda de mí? ¿A dónde voy? ¿Qué debo hacer? ¿Cuáles son mis responsabilidades?» De todas formas no entabla un monólogo subjetivo, sino un diálogo con la Realidad divina, «de la que vengo y a la que ciertamente voy», a la luz de Cristo.

• A la hora de su muerte, Pablo VI desea permanecer en esa luz que aclara las memorias más bellas y atrayentes, aunque incompletas y nostálgicas. Esa luz que nos revela la vaciedad de una vida fundada sobre bienes efímeros y esperanzas falaces. Desea expresar su gratitud, puesto que todo el camino recorrido es un don y una gracia. A pesar de sus dolores, esta vida es un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor.

• El Papa evoca el panorama encantador de este mundo inmenso, misterioso y magnífico. Y se lamenta de no haber admirado lo suficiente este cuadro en que se revelan las maravillas de la naturaleza. Pero, al menos al final, quiere reconocer qué estupendo es este mundo, creado por la Sabiduría y por el Amor de un Dios Creador y Padre nuestro.

• Además, Pablo VI quiere aprovechar «la hora undécima» para hacer algo importante, antes de que sea demasiado tarde. Y se pregunta cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido y como aferrarse a «lo único necesario» en esta última posibilidad de elección. Así que a la gratitud acompaña el arrepentimiento y la petición de misericordia.

• Con todo, el Papa no quiere solamente mirar hacia atrás. Desea hacer de buena gana, simple, humilde y fuertemente el deber que exigen sus circunstancias, en las que ve la voluntad de Dios: «Hacer pronto; hacerlo todo; hacerlo bien; hacer alegremente lo que ahora Tú quieres de mí».

• En ese momento, Pablo VI evoca su vida, confiesa que ha vivido para el servicio de Dios y para el amor a Dios. Por eso trata de reunir las fuerzas que le quedan para no retraerse de la donación total de su vida, para hacer de su muerte un puente hacia el gran encuentro con Cristo en la vida eterna.

• Ruega al Señor que le conceda la gracia de hacer de su muerte, ya cercana, un don de amor a la Iglesia. «Siempre la he amado; fue su amor lo que me sacó de mi sórdido y selvático egoísmo y me orientó a su servicio; por ella, y no por otra cosa, me parece haber vivido. Pero quiero que la Iglesia lo sepa y tener la fuerza para decírselo, como una confidencia del corazón, que sólo se tiene el valor de hacer en el último momento de la vida».

Ahora que ha sido declarado Beato, agradecemos a Pablo VI el amor que manifiesta a todos los hombres, con los que ha tratado de compartir la efusión del Espíritu Santo.

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