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Las cenizas de la duquesa de Alba reposan ya en la capilla de los Gitanos

La salida del féretro con los restos de Cayetana fue ovacionada.

El féretro con los restos de Cayetana de Alba en la Catedral de Sevilla.

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cecilia cuerdo | sevilla
León

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Las cenizas de la duquesa de Alba reposan desde poco después de las seis de la tarde en la Iglesia del Valle, sede de la Hermandad de los Gitanos, de la que la aristócrata fue hermana. La hornacina está ubicada en la nave lateral derecha, bajo un cuadro de tamaño mural que representa la Resurrección y bajo una lápida de mármol.

«Aquí reposan las cenizas de nuestra hermana, doña Cayetana Fitz-James Stuart y de Silva, duquesa de Alba. Camarera de honor de María Santísima de las Angustias, medalla de oro, y gran benefactora de esta Hermandad de los Gitanos, gracias a cuya contribución y ayuda fue posible la reconstrucción de este Santuario. Estará por siempre en la memoria de nuestra hermandad. 1926-2014», reza la inscripción.

La colocación de las cenizas ha estado presidida de un breve oficio religioso, al que por expreso deseo de la familia sólo han asistido los familiares directos de la aristócrata y la junta de gobierno de la Hermandad de los Gitanos. Ha sido Cayetano Martinez de Irujo el hijo encargado de portar dentro del templo la urna con las cenizas, y, antes de depositarla él mismo en la hornacina, todos los familiares la han besado.

El arzobispo emérito de Sevilla, monseñor Amigo Vallejo, destacó ayer la generosidad de la duquesa de Alba y sus obras de caridad, que no siempre trascendían, en un multitudinario funeral celebrado en la Catedral de Sevilla. «Ella era noble de herencia, pero también noble, muy noble, de corazón», explicó, para aseverar a continuación que la aristócrata, fallecida el jueves a los 88 años «sabía muy bien que de los pobres no se presume, se les ayuda y basta».

Ante unas 4.500 personas, según fuentes de la Diócesis de Sevilla, monseñor Amigo Vallejo ha recordado la imagen de una duquesa a la que conocía bien, y de la que destacó unas «profundas convicciones religiosas» y su amor por la familia y las tradiciones de la tierra «que tanto quiso». También su amor por la ayuda a los demás.

Mientras sonaba el órgano y cantaba el coro catedralicio a modo de séquito, el féretro con los restos mortales de la duquesa llegó a la Catedral portado por los nietos y algunos miembros de la hermandad de Los Gitanos, que pidieron a la familia «poder acompañar a la señora». El ataúd cubierto con el escudo de la Casa de Alba y la bandera de España fue depositado ante el altar del Jubileo, reservado para las ocasiones especiales. Atrás quedaban los apenas 500 metros que separan la catedral del ayuntamiento, donde se celebró la capilla ardiente, que fue seguida por numeroso público -desplazado incluso desde pueblos de las afueras–que aplaudía al paso de la comitiva familiar, rota de dolor. Cinco coches cargados de coronas de flores presidían la comitiva, mientras que en el coche con los restos mortales de Cayetana de Alba sólo se colocaron dos coronas, la de la hermandad de Los Gitanos y la de su marido con una emotiva declaración de amor: «No sé si supe decirte lo que te quise, te quiero y te querré».

Ya en el interior de la iglesia, se vivieron momentos muy difíciles porque ni su viudo, Alfonso Diez, ni Eugenia o su hija Cayetana podían contener el llanto. Más sereno se mostraba el nuevo Duque de Alba, Carlos. En el puesto de honor se encontraba la Infanta Elena, en representación de la Casa Real, y que tuvo un saludo muy afectuoso con todos los hijos de la aristócrata. Junto a ella, en otra bancada, estaban las autoridades políticas. El ministro de Defensa, Pedro Morenés, el presidente del Senado, Pío García Escudero, la delegada del Gobierno en Andalucía, Carmen Crespo, o el presidente del PP andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, junto a su esposa. Junto a ellos, en primera fila también, el consejero de Justicia de la Junta de Andalucía, Emilio de Llera, en representación del Gobierno andaluz. Detrás, la corporación municipal casi al completo.

Ante todos ellos, en una ceremonia sobria, el cardenal Amigo ha recordado que «el amor no tiene fecha, y el tiempo podrá pasar pero el amor permanece», por lo que ha instado a los suyos a mantener vivo el recuerdo de la duquesa en sus corazones.