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Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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H emos llegado a un punto en que el asesinato al detall apenas suscita interés y, desde luego, no llama la atención. Hay que sumar muchos cadáveres y elegirlos cuidadosamente, porque si la matanza ocurre en lejanos países orientales o africanos el horror que produce el acto es perfectamente descriptible. Ahora bien, si eliges un semanario, un medio de comunicación, y superas la decena de víctimas, y esto no lo haces en Pakistán, sino en el centro de París, entonces, la repercusión está asegurada.

La sociedad occidental no es muy fácil de sorprender. Si se ha acostumbrado a los impuestos confiscatorios y a recibir la atención telefónica de un robot, ante cualquier reclamación, ya está preparada para casi todo. Si hemos suprimido la leche materna por la de laboratorio, y la comida sana por los potitos y sus conservantes, o sea, si hemos renunciado por comodidad a alimentar bien a nuestros hijos, pocos horrores nos pueden producir espanto.

Incluso el degollamiento frente a la cámara de vídeo ya no es lo que era, y presumo que tendremos en el futuro torturas en directo. Lo último es enviar a una tierna niña de diez años, con un cinturón de bombas ocultas bajo la túnica, a que se reviente su cuerpo y destroce el de las personas que están a su lado. Lo último es que la niña no va engañada, porque su amante madre y su amantísimo padre se han encargado de informarle de que ese momento es el que le permitirá ir al paraíso y encontrarse con el Profeta. Parece que el padre, la madre, y el imán que termina de convencer a la niña, son tan generosos que ellos reprimen sus irrefrenables deseos de sacrificarse. Tras conocerse la «hazaña» de la pubescente, a la familia se la observa con respeto.

Esta refinada crueldad es la que llama la atención, porque en Occidente, a lo más que se ha llegado es a entregar las hijas a un pederasta, que las viola, pero al menos no las mata. No está bien, pero la niña, destrozada psicológicamente, al menos se gana la vida.... dentro de una refinada crueldad.

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